En una remota aldea andina, al pie de un alto y colorido cerro, cerca de una extensa ruta que conecta al lugar con otras latitudes, un hombre pequeño, fornido se dedica a la venta de ropa usada. En soledad absoluta solo se dedica a ese menester y no conversa con nadie. Nadie sospecharía que detrás de esa facha se esconde un personaje que antaño candidateó a la presidencia de la república del Perú. Se trata del señor César Acuña que un día tuvo que renunciar a su candidatura debido a unos malos cálculos que hizo. Sucedió que cuando comenzó a subir algunos puntos en las encuestas, el citado se loqueó y decidió entregar 3 mil soles a cada comedor popular de la región Trujillo.
Lo que no sabía es que de pronto los comedores de esa índole comenzaron a aparecer como hongos después de la lluvia y el dinero presupuestado faltó súbitamente. No había cómo responder a la demanda que crecía diariamente como si todos se dedicaran a la venta de comida barata. En su afán de recuperar terreno el señor Acuña dispuso entregar víveres a los más pobres de la región Trujillo y del país. Los pobres eran más de lo cualquiera de sus asesores suponía y pronto volvió a faltar el dinero. En su afán de ganar de todas maneras Acuña se endeudó con bancos. Pero no ganó las elecciones. La deuda era tan grande que decidió darse a la fuga y dedicarse a un modesto negocio para sobrevivir.
En la remota aldea andina, Acuña se dedica al comercio de ropa usada y no tiene la más mínima intención de volver a postular a la presidencia de la república. Se le han bajado los ponchos y los humos y ya no se considera de una raza distinta. Lo único que quiere es ser olvidado por los bancos prestamistas.