EL CONDADO Y LOS PERROS
La mordedora familia perrestre, clan de seres que ladran y muerden, anda de buen humor y mejor predisposición para amar más y bastante a uno de sus mejores amigos. Ocurre que en el distrito de San Juan hay comida abundante para los canes de allí y de los alrededores. Porque en varios lugares de la carretera que lleva al aeropuerto, o a otros lugares, hay como depósitos de bastantes desperdicios de donde los perros escarban con ahínco como recicladores del reino animal. Estamos ante una nueva manera de aprovechar los desperdicios, en un mundo cada vez más decidido a sacarle la mugre a la basura.
Mientras en el aire aparece la amenaza de los temibles gallinazos, en la tierra sanjuanina los perros que ladran o muerden se convierten en una cacería de desperdicios que quedan fuera de esos cajones de hierro que se vienen convirtiendo en dolores de cabeza para los vecinos. La pesadilla de la basura, pues, agarra el cielo y al suelo, involucra a aves de negro y a ladrantes individuos. Es más compleja de lo que suponíamos y no se reduce solo a la falta de una verdadera empresa que realice con eficacia la limpieza de los desperdicios cotidianos.
El condado y los perros, a simple vista, parece un eslabón del anecdotario, una raya más del tigre de la incompetencia. O una muestra de la profunda amistad que hay entre una autoridad y el gremio ladrante. Pero es algo más. Es la declaración o la evidencia de la incompetencia crónica de una función de poder en nuestro medio. En este caso del poder edil de un distrito o condado. ¿Cómo es eso de que tantas cosas simples, elementales, no puedan ejecutarse con eficacia? ¿No se pudo pronosticar que en cualquier parte hay animales que prefieren los basurales para alimentarse? ¿Tan difícil es hacer que las cosas funcionen adecuadamente? ¿Es obsoleto decir que perro que ladra no muerde? ¿O es mejor decir que perro come basura en la calle ladre o muerda?