En aquel año de  2015 había un viejo colegio  ubicado en la periferia de la ciudad. Era un lugar negado  para cualquier labor educativa, pues su techo de calamina tenía incontables agujeros por donde entraba la lluvia como por su casa. Los cercos eran de madera y se derrumbaban constantemente. Las aulas carecían de carpetas, de pizarras y los inspectores educativos nunca le visitaban porque no figuraba en sus agendas. En ese lugar se hacían las clases escolares como si nada. Los estudiantes parecían refugiados de alguna guerra no convencional.

Desde hacía mucho tiempo los padres de familia, en movidas y ruidosas marchas de protesta, exigían a quien correspondiera la refacción  de dicho centro de estudios. Las promesas habían sido las únicas respuestas, pero nadie tomaba al toro por las astas. Esa había sido la conducta de diferentes gobiernos que nunca decidieron construir para mejorar las condiciones físicas de ese lugar. Los mismos padres de familia, en otra  movida y ruidosa marcha de protesta, exigieron el año citado a quien correspondiera que refaccionara ese colegio. El mismo presidente Fernando Meléndez salió a recibir a los protestantes y les prometió que en el colegio iba a ser reparado en menos de lo que canta un gallo en su corral. El gallo tardó un buen tiempo en cantar, pero por fin se abrió la esperanza de refacción para ese colegio deteriorado.

El régimen regional designó a una  comisión de expertos para que verificara las urgencias de ese centro de estudios.  Luego pasaron otros meses mientras se levantaba el perfil del proyecto. Cuando se supo el asunto del presupuesto las cosas volvieron a fojas cero, pues no había dinero en las arcas regionales. Fue así  como otra vez se postergó la refacción de ese deteriorado centro de estudios. El año está por terminar y los estudiantes siguen estudiando en pésimas condiciones.