Las elecciones generales del 2016 se suspendieron abruptamente debido a la encarnizada protesta de los miembros de mesa. Estos, comandados por líderes de polendas, horas antes de la votación cursaron una carta al Jurado Nacional de Elecciones donde pedían el pago por el trabajo que iban a desempeñar el día domingo. La suma era 100 soles por cabeza e incluía el refrigerio, el impuesto y una bonificación por trabajar en feriado. Como es natural, el organismo electoral se negó en redondo y cuadrado a pagar semejante cantidad por un escaso día de trabajo. Los miembros de mesa no dieron su brazo a torcer y no se presentaron en mancha el día central de las elecciones.
La ausencia de miembros de mesa fue perjudicial para los electores, pues nadie pudo votar el domingo 10 de abril. En los días siguientes no se pudo reprogramar el día de la votación porque los miembros de mesa no admitieron rebajas o retiros de sus justas demandas. A partir de ese momento fue imposible realizar elecciones en el Perú, lo cual permitió la modernización de la manera de elegir a los nuevos representantes o autoridades. No se gasta tanto ni se pierde tanto tiempo como en otras épocas, ya que se hace uso del sistema conocido como el huachito de la buena suerte. Los candidatos se alinean en un lugar y meten la mano en una urna de vidrio. Y si tienen suerte sacan la balota con el cargo que van a desempeñar.
La más reñida de esas contiendas es la elección del nuevo presidente. Allí los postulantes se transforman y hacen todo lo posible para ganar, sin importarles nada, ni siquiera los designios de la buena o mala suerte. Al final, el huachito decide con un solo movimiento fulminante al futuro mandatario de la república del Perú.