Historia de la única sobreviviente del accidente aéreo que ocurrió en la víspera de la Navidad de 1971 en Ucayali

Juliane Koepcke de Diller tuvo fobia a los periodistas por muchos años. Recuerda que se sentía como una presa de caza. “Todos querían saber sobre mí y yo no había asimilado las cosas. Solo era una niña”, dice.

Juliane tenía 17 años cuando se convirtió en protagonista de una de las hazañas de supervivencia más increíbles. Ella fue la única de los 92 pasajeros que salió con vida del accidente del vuelo Lansa 508 el 24 de diciembre de 1971. Viajaba de Lima a Pucallpa junto a su madre en la víspera de Navidad para reencontrarse con su padre en la estación biológica Panguana (Huánuco), que habían fundado tres años antes.

El avión quedó atrapado en una tormenta y, a 25 minutos de su destino, cayó desde 3.200 metros en medio de la selva de Ucayali. Desde entonces, confiesa, hay ciertos olores, colores o sonidos que la regresan al instante en el que tomó conciencia de la tragedia.

Despertó sola, sujeta al asiento que se desprendió del fuselaje durante la caída. Tenía los ojos inflamados, la clavícula fracturada y una herida profunda en la pantorrilla. En estos 46 años, relata, no ha pasado un solo día en que no haya recordado el accidente, la profunda sensación de soledad y abandono al comprender que no encontraría a su madre, pero también la fortaleza que afloró cuando todo parecía perdido.

“Básicamente, lo que fue importante para mi rescate era que ese bosque era igual al que conocí en Panguana. Había vivido ahí año y medio con mis padres y el sitio donde cayó el avión estaba a unos 50 kilómetros línea recta de ahí, aunque no lo supe en ese momento”, cuenta Juliane. Según explica, la clave de su supervivencia en los siguientes 11 días en que estuvo herida y casi sin alimentos fue lo que aprendió de sus padres, ambos científicos dedicados al estudio de la naturaleza peruana.

Caminó por días, primero siguiendo una delgada línea de agua, que se convirtió en un arroyo y luego en un río. Su padre, zoólogo de profesión, le había enseñado que si se perdía en la selva, debía seguir la corriente de agua porque finalmente la llevaría a la civilización. Por el día solía echarse en el río y dejaba que la corriente la arrastrara. Juliane recuerda que escuchó el sonido de los helicópteros de búsqueda, pero no logró verlos por los árboles. También, narra la sensación de desesperanza cuando no los escuchó más. Comprendió que estaba muerta para el mundo.

“Como los días pasaban, yo perdí muchas veces la esperanza pero al final me decía: ‘Voy a hacerlo, voy a lograr salir de aquí’. Y en las noches completamente oscuras, sintiéndome como en otro universo, como si fuera la única persona en todo el mundo, me juré que cuando saliera haría algo de mi vida que no sea por gusto”, dice serena Juliane, hoy de 63 años.

En el undécimo día en la selva, logró que la encontraran. El día previo había hallado un bote. Sacó gasolina del motor para rociarse un poco en las heridas infectadas por larvas y gusanos que tenía por todo el cuerpo, pero sobre todo en el brazo. Pasó la noche en una cabaña abandonada. Horas después, aparecieron tres hombres, quienes la llevaron al distrito de Tournavista, nuevamente a la vida. A esa misma a la que se aferró. (elcomercio.pe)