En una decisión de última hora el Jurado Electoral de Elecciones dispuso que en la segunda vuelta votaran los niños de 12 años. La medida fue emitida después de las 3 de la madrugada y, en su esencia, pretendía acelerar el proceso de democratización del país, incorporando a un contingente de votantes que tradicionalmente fueron considerados retrasados mentales o no aptos para realizar tareas importantes como elegir a los gobernantes de turno. El voto infantil de todas maneras alteró el veredicto de las encuestas, pero lo más decisivo fue que permitió la aparición de un tercer candidato que tuvo que ser incorporado a la contienda en marcha porque los párvulos no querían votar ni por Keiko Fujimori ni Pedro Pablo Kuszynski. Así surgió un niño en carrera directa hacia el sillón de Francisco Pizarro.
Era la primera vez en el país que un candidato de ese tipo se ponía al frente, gracias al apoyo de serias organizaciones que contemplaban con buenos ojos que los niños asumieran responsabilidades importantes como el de dirigir los destinos de millones de seres que siempre se habían equivocado al elegir a sus gobernantes. Fue así como la campaña electoral adquirió un sentido distinto a la repartija del poder entre solo 2 candidatos. El tercero en disputa entró a tallar con unas propuestas más sensatas y más idóneas que encandiló a un electorado flotante y veleidoso que hasta ese momento no se decidía a quien elegir. Desde luego, lo que entonces surgió fueron la sucesión de tachas presentadas por ciudadanos de uno y otro sexo que no podían permitir semejante cambio a última hora en un proceso electoral.
El tercer candidato de la segunda vuelta, cuando comandaba en las encuestas fue desembarcado de la campaña debido a que había cometido el error de mentir en la presentación de su hoja de vida. El desembarcado acusó a los adultos de conspirar contra él para sacarle de la carrera de las ánforas electorales. El caso ahora se ventila en el Poder Judicial.