Las latas de atún rodeaban el vetusto local del asilo de ancianos. Un fuerte olor a enlatado, a conserva, a pescado invadía  las fosas nasales de los transeúntes que pasaban  por allí. Ocurrió  que la accidentada, conflictiva y petardista gestión del nuevo director, Enrique Rodríguez,  dispuso una atención alimentaria exclusiva para los alojados en ese lugar. Surgió así la dieta a base de atún y sus diversos preparados.  Todo hubiera marchado a pedir de boca, pero los encargados de la nutrición protestaron ante esa variación drástica del menú cotidiano para los ancianos de ambos sexos. El director se negó a cambiar el potaje y ante las frecuentes solicitudes para que renuncie al alto cargo, apareció en un contratado programa televisivo.

En dicho programa se veía al director rodeado de latas de atún de conocidas marcas. Luego declaró que el atún era un plato bandera que tenía numerosos beneficios para el cuerpo y la salud. En seguida dijo, con una especie de vanidoso orgullo,  que  él desde hacía  años  solo consumía preparados a base de atún. Esto quería decir que mañana, tarde y noche, consumía ese tipo de conserva. Después del publirreportaje emitió una orden por escrito donde decía que todo el personal de la Beneficencia Pública de Iquitos, incluyendo los gerentes, los profesionales, los asesores, tenían a partir de la fecha la obligación de alimentarse con atún. Fue así como el atún se impuso como único alimento en esa institución caritativa.

La devoción por el atún trajo muchos dolores de cabeza al señor Rodríguez y, al final de una corta batalla contra sus opositores, fue obligado a renunciar al alto cargo. Después de un tiempo de silencio, el aludido apareció como candidato al Congreso. En su campaña inauguró los encuentros con los posibles electores con comilonas a base de atún. Fue así como esa conserva pasó a formar parte del folclor gastronómico político de la región Loreto.