La locuaz ex Primera Dama, Keiko Fujimori, no era una niña de pecho o babero ni estaba estudiando en Boston, cuando el gobierno de su padre procedió a esterilizar a 300 mil mujeres pobres del fértil Perú. En el dominguero debate con el señor Ollanta Humala, ella pretendió lavarse las manos, eludió dar una respuesta seria sobre ese espinoso asunto y dijo que el ministro de ese entonces fue absuelto por la justicia. ¿Y el delito contra la vida? ¿Y las mujeres condenadas a no dar a luz nunca más? Nada. Ni una palabra. El libreto de siempre, esa farsa de nunca responder al tema, sino de irse por las ramas. Pero las cosas no son tan fáciles en esta polarizada coyuntura electoral. El brutal hecho sigue allí, y ahora salen a declarar las víctimas que padecieron semejante ofensa.

Es posible que ante esa avalancha, el móvil, movedizo y tantas veces cambiante, Rafael Rey, se saliera del libreto fujimontesinista. Es decir, el furioso defensor de cualquier trastada del ingeniero y del abogado más la Primera Dama, el implacable perseguidor del hablador Alan García y ministro del aludido, no negó las esterilizaciones. Tampoco abusó de otras disculpas, otras mentiras para no responder. Algo inusual en él como cuando era titular de la cartera de Defensa y justificaba las trastadas de sus operaciones militares. Admitió que se cometió ese crimen contra la natalidad. Contra las mujeres de este país. Declaró algo más: que no lo volverían a hacer. En caso de ganar la Presidencia, desde luego.

La evasión de la realidad, esa incapacidad de admitir las culpas o los errores, esa constante búsqueda de justificaciones o medias verdades o medias mentiras, para no responder ante las acusaciones hace del neofujimorismo, con Fujimori a la cabeza desde la Dinoes, una opción peligrosa. Una opción verticalista,  infalible, autoritaria. Es lamentable que cuando falta tan poco para las elecciones el señor Rey cambie de conducta.

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