Por Marco Antonio Panduro
Hace poco, Iquitos, como ciudad, recibió el galardón a “Mejor Destino de Incentivos de Latinoamérica” por los World MICE Awards (WMA), un premio que va por su cuarta edición –léase cuarta edición–, y cuya característica para elegir a sus ganadores es que esta elección se realiza por votación online. Además de este detalle último, un dato más: el premio va hacia un subsector turístico dedicado a los viajes de reuniones, incentivos, convenciones y eventos.
Respeto a esto, se lee en uno de los boletines noticiosos: «Con ese galardón, (Iquitos) es ahora una vitrina de América […] cuya vegetación y ecología encanta a cualquier visitante del exterior». ¿Cuya vegetación y ecología encanta a cualquier visitante del exterior?, subrayamos y nos preguntamos.
Efectivamente, ¿qué ofrece la ciudad? Cerca de treinta años atrás, un amigo empeñoso y optimista creía que en Iquitos podía ofertarse un circuito turístico que rindiera dividendos y dinamizara la economía. Se dedicó luego, graduado ya, al turismo. Y hoy en día se encarga de atraer viajeros con alto poder adquisitivo de todo el mundo, aunque para estos visitantes venidos de la China, de los Estados Unidos, de Europa, de Rusia, de la India o Japón, Iquitos sea solo una ciudad de paso, un lugar de tránsito pues sus intereses se centran en lo que hay dentro de la selva, dentro del bosque amazónico, en un “lodge” escondido y reservado para turistas A1, o un crucero de lujo para visitantes VIP.
Es más, el amigo en mención procura que se queden poco tiempo en la ciudad por obvias razones, las de la inseguridad, la insalubridad, y porque hay poco, muy poco que ver y visitar en Iquitos. Aunque esto último, como él mismo señala, es inexacto, en el sentido de no es porque precisamente no haya nada que mostrar sino porque, salvo excepciones, se ha desaprovechado y se desaprovecha una herencia que, por ignorancia, por simpleza de pensamiento, hasta somos inconscientes de su potencial: el patrimonio arquitectural cauchero. Sobre esto, el arquitecto don Augusto Ortiz de Zevallos, señalaba que solo hay tres ciudades con pasados arquitectónicos claros, los cuales representan las tres etapas históricas del Perú: Cusco y su pasado incaico; Lima y su arquitectura virreynal, e Iquitos y sus reminiscencias republicanas.
Centrándonos en la ciudad misma, tres son las muestras que hemos elegido y que bien grafican lo que puede aprovecharse y mismo tiempo perderse: el “Hotel Palace”, la “Casa Strassberger”, y el Cementerio General, bienes que andan en diferente situación pero que pueden ser asociados, por su potencial, a la tan usada frase de Raimondi, de que «Iquitos es un mendigo sentado en un banco de oro».
El “Hotel Palace ubicado frente al malecón Tarapacá, en la primera cuadra de la calle Putumayo, es una «maravilla arquitectónica de la Época del Caucho. Y es considerado el edificio más lujoso de Iquitos, y, además, una de las construcciones más notables en el Perú». Téngase en cuenta además que este hotel (ex hotel) fue erigido doce años antes que el mítico Gran Hotel Bolivar en la Plaza San Martín de Lima.
El también llamado “Malecón Palace”, o “Casa Vela”, fue inaugurado un 12 de junio de 1912 por el empresario Otoniel Vela Llerena, tras cuatro años y medio de construcción. Pasó luego a llamarse la “Casa Israel”, cuando, en 1917, Víctor Israel la adquiere al pionero riojano. «Su aspecto exterior recuerda los palacios de la misma época de la ciudad de Barcelona, con el gran arquitecto Antonio Gaudí a la cabeza», puede leerse en la publicación Iquitos del Caucho. «Para su decoración se empelaron delicados azulejos decorados a mano y con diversos motivos. Y el interior está ornamentado también por azulejos y mármoles italianos, y finos y estucados policromados».
Pero desde 1961, el Hotel Palace está en posesión de los militares, de la Quinta Región Militar, del Ejército, para ser más específicos, pues hubo un proceso de compra en tiempos en que Manuel Prado Ugarteche era Presidente del Perú.
Tras más de sesenta años en su poder, hasta donde se sabe, habrá la necesidad de que la Quinta Región Militar traslade las oficinas que funcionan allí, pues existen ánimos de venta. Sin embargo, no hay postor, o más bien el alto precio solicitado por los militares habría desanimado a posibles compradores.
El punto es que –a diferencia del “asunto” Vargas Guerra y el viejo aeropuerto Teniente Bergerie, grandes áreas militares que ocupan el área urbana y que interrumpen el discurrir de Iquitos y su desarrollo como urbe y donde no se ha avanzado ni un palmo– arribar a una solución sería un tema más sencillo y menos engorroso para resolver. Es decir, solo se trata de dinero –que no es tan simple, claro, pero entiéndase que no hay otras trabas de orden burocrático–. O en todo caso, de negociar si es que el sector privado se une y se presenta como un solo bloque y una oferta sólida.
Sobre esta misma línea de ejemplos, hay que poner el ojo, por ejemplo, al Cementerio General de Iquitos que podría formar parte del circuito turístico, actualmente, a cargo del mantenimiento del Municipio de Maynas, pero con poca visión para aprovechar su potencial. De hecho, hay mausoleos y panteones de personajes y familias que hicieron esta ciudad, lo cual resulta fundamental para entender «la corta pero agitadísima y rica historia de Iquitos», en palabras del reciente fallecido Joaquín García. El cementerio general, de hecho, desde hace mucho luce en completo deterioro.
La Casa Strassberger, donde funcionaba la Dependencia del Ejército de la Quinta División de Servicios y otras oficinas, quedo diezmada por un extraño incendio en 2016 y es un inmueble en ruinas que será solo una “ruina”, si no se actúa con celeridad para restaurarla y darle otro uso.
Ciertamente, como dijo Joaquín García –hombre que hizo más por esta ciudad que muchos alcaldes que se encargan de tirársela abajo–, al parecer, «Iquitos es un pueblo que vive fascinado por el fulgor de una modernidad sin raigambre», mientras nuestra herencia se rompe, se degrada, desaparece.
Para recuperar patrimonios que pueden ser muy bien aprovechados, y a fin de que exista concordancia entre realidad y lo que resalta un premio-concurso tipo el que encabeza este artículo –el de los World MICE Awards (WMA)–, es necesario ponerse a trabajar. Ojalá estas líneas ayuden en algo a movilizar a quienes se desenvuelve en el rubro del turismo en provecho de esta ciudad tan particular y bella, pero al mismo tiempo afeada por la poca voluntad, la ignorancia y el desconocimiento de un pasado fascinante.