EL BUEN GOBIERNO DEL CAPITÁN (III)

El nada discreto capitán de esta historia singular, el señor Gregorio del Castillo,  con su disparatado y nunca ejecutado plan de gobierno, no es una figura aislada en la distancia de la maraña nacional. O un fantasma del pasado que quedó archivado entre los papeles viejos. Porque el mismo pertenece a una nutrida tradición de ideólogos bastante torpes y poco informados que creían que el progreso de la maraña era pan comido y bebida tomada. De buena fe o no, honestos o trapaceros,  lúcidos o borricos por herencia, tantos  hicieron el ridículo a través de los años.

El plan de gobierno de la isla Barataria, singular estrategia  levantada por el refranero  Sancho Panza, era un documento literario  más sólido que todos los proyectos que se levantaron para desarrollar la vasta y complicada Amazonía. Los misioneros, en general, pensaron que bastaba con enseñarles a rezar y creer en un solo Dios verdadero a los remisos y refractarios indios para enrumbarles por la senda del bien y de la virtud. Pero las cosas no fueron tan sencillas y el costo que se pagó por ello fue alto. Y dura hasta ahora.

Los caminantes hermanos Ulloa nunca visitaron la floresta, pero recomendaron una cosa bárbara como una jornada de colonización. Era el hecho de que se abrieron las compuertas del bosque a todo aquel personaje que estuviera en la cárcel -y no de visita- o que tuviera problemas y entripados con la justicia, para que realizaran epopeyas cercanas a los ríos vertiginosos, heroísmos entre los montes. Pero ya se sabe que el gran Caco no es ducho en acumular  bienes, sino en hacerlos desaparecer. Qué montaña  más depredada e inerte tuviéramos en estos días si es que alguien hubiera hecho caso a hermanos tan adelantados.

La colonización de estas tierras ubérrimas por parte de extranjeros de varios países fue otro capítulo  digno del capitán de granaderos de esta historia disparatada. Las pujantes razas ajenas, las imbatibles sangres diferentes, el ímpetu de los genes de otros, iban a convertir a la maraña en un emporio de progreso sin trabas ni en la lengua. En esa jornada magna, se gastó un dineral en preparar, juntar y traer a los flamantes colonizadores al bosque. Pero todo fue fracaso. Tanto que los primeros alemanes que arribaron a Caballococha no dieron pie en bola  y tuvieron que salir disparados debido  a que eran pendencieros, peleadores callejeros y camorristas de marras.

Lo peor de todo de ese cronograma de equívocos, de desgracias sin cuento,   fue el tren que venía  desde la costa. Ni siquiera arribó a la orilla de algún río navegable, pese a que se gastaron fortunas del erario nacional.  Y lo más terrible de esa campaña  de conquista de la floresta,  fue que los once kilómetros de rieles que se pusieron desde Pucallpa con rumbo hacia  Tambo de Sol, en Puno, fueron sacados, levantados, y subidos a camiones para que luego se sembraran  en el tren de Sicuani. La orden de esa brutalidad la dio el gran general Manuel Apolinario Odría.

En estos días en que arma su bullicio la presente campaña electoral, el documento del capitán de granaderos parece adquirir otros capítulos, nuevas dispositivos,  para un supuesto buen gobierno de la región Loreto. La oferta mayor pasa por las pistas de cemento. Ofrecer kilómetros más,   o menos, es hasta ahora la más radical propuesta de desarrollo para los próximos años. Entonces, no es nada gratuito traer a este tiempo el plan de buen gobierno de un uniformado que hizo su agosto hace más  de un siglo.