El brindis del bohemio
El barril de cerveza, el garrafón de aguardiente, las botellas a medio consumir, las damajunas con chuchurrín, los vasos secos y volteados, deberían ser los símbolos cívicos de esta ciudad, esta región. Las marcas de licores deberían ser colocados en los escudos, las entradas, las paredes. No contentos con competir por el primer lugar en el consumo de la espumosa y diurética cerveza, no contentos con parrandear de jueves a domingo, acabamos de alcanzar otro lauro. Otro primer lugar. Esta vez, a nivel nacional, somos los primeros en tener accidentes gracias al licor. Es decir, manejamos o andamos mareados, turroneados, embriagados o al borde de los diablos azules.
El brindis del bohemio, tendría que ser nuestro lema de vida y de borrachera constante. Y se deberían borrar esas falacias de beber en exceso es dañino para la salud o eso de si tomas no manejes. Porque altamente nos llega cualquier recomendación para no hacernos daño y para no dañar a los demás. No nos cabe la menor duda de que lo que peor de todo es que todo está mal, como hemos dicho antes citando al poeta Fernando Pessoa. No nos cabe la menor duda de que seguimos en lo nuestro: en ser mejores en lo peor. El brindis del bohemio no es un saludo a la bandera o una condecoración a la ciencia chupística.
Es la declaración de nuestra impotencia, de nuestra incapacidad de hacer caso a las leyes. En esa ceremonia late la violación a las reglas, el pequeño delito de no hacer caso el semáforo, de saltar la cola o de algo peor. Y beber y manejar no es un chiste. Es altamente peligroso. Lo único que queda ahora es o no beber ni manejar. O beber y no manejar. O solamente manejar y no beber.