En una taberna del boulevard La Paz,  de Tarapoto,  un ciudadano bebía licor acompañado convenientemente. El reloj morcaba las once y media de la mañana, hora de trabajo, momento de la labor en cualquier parte, pero el citado no se hacía paltas y alzaba el vaso, brindaba por cualquier cosa y se zampaba el contenido como si tal cosa. En la bohemia mesa se vivía en achispado instante, una espirituosa jornada, ya  sumaban seis las botellas consumidas y la jarana bebedora iba a continuar hasta más allá de la hora del almuerzo, pero de pronto algo sucedió. Fue el arribo de inoportunos reporteros que tomaron sus fotos.

 

El ciudadano bebedor a hora tan inadecuada no era cualquier hijo del vecino. Era nada más y nada menos que el alcalde de un distrito de la región San Martín. Estaba de paseo o de visita por Tarapoto y no se le ocurrió nada mejor que ponerse a beber dejando de lado las gestiones pertinentes propias de su alto cargo. El bebedor se llama Wilder del Aguila y trató de salir del paso diciendo que era la hora de su almuerzo y que estaba tomando un aperitivo para que sus alimentos ingresen mejor a su estómago. Luego se puso malcriado con los hombres de prensa, y dijo que no le importaba lo que la gente dijera de él.

 

El bochornoso hecho de beber en horas de  trabajo le puede costar caro al señor en referencia. Porque los habitantes de su distrito han decidido plantear su revocatoria por eso, las botellas,  y muchas otras razones.  Hemos querido escribir sobre el alcalde bebedor para evitar que las autoridades de estos pastos y quebrantos imiten esa conducta. Nunca está demás una recomendación. No está mal tomar unas aguas, pero hay que elegir el momento adecuado, la hora propicia, para no desatar las iras de los vecinos.