EL ASALTO A INFANTES

En la crónica roja local solo falta que  los payasos cotidianos, los cirqueros que vienen de vez en cuando, los peloteros que no le ganan ni a inválidos, cometan robos o asaltos a mano armada. El colmo de una de las peores calamidades que nos desgracian es el reciente atraco a un alto funcionario del programa que alimenta a niños y niñas de la región. Los choros se zamparon 50 mil soles de ese servicio estatal, demostrando que todo vale, que no importa la víctima.

El asalto no es al alto funcionario, en realidad. Es un despojo a aquellos infantes que se benefician con ese programa. Es una muestra palpable de que hasta el gremio de rateros sufre de degradación.  Hasta hace poco era imposible suponer que, en estos desiertos o lodazales,  los ladrones iban a descender a esa zona oscura, esa tierra de nadie,  ese vandalismo inferior. Pero ya estamos en lo peor del mundo del hampa como viene ocurriendo en el Perú de las cifras en azul, del crecimiento garantizado, de la permanente eliminación de los mundiales.

La visita de un ministro no es garantía de nada, salvo de gastos. La policía por sí sola no puede contra los extravíos de la delincuencia. En la historia peruana existe un momento en que los amigos de lo ajeno patearon tremenda quiruma debido a la acción de la misma sociedad. Ocurrió durante los tiempos coloniales cuando se crearon las rondas callejeras, donde participaban todos los ciudadanos. En nuestro medio, esa modalidad dio espléndidos resultados, pero cuando fue creación de los mismos pobladores, de los mismos afectados y no imposición de las autoridades.