ESCRIBE: Tato Barcia
El mal de amores no es fácil de curar, lo sufre el que tiene y el que no tiene. Por ello a lo largo de los siglos se han inventado brebajes y conjuros que prometen acabar con este mal. En Iquitos parece que encontraron la cura. Porque para curar males físicos y químicos como los de amor y desamor basta con ir al Pasaje Paquito. Algo así como «La farmacia amazónica de Iquitos». Este pasaje, ubicado en el centro del Mercado de Belén, es conocido por la venta de diferentes productos del acervo cultural, tradicional, propios del lugar. Plantas medicinales frescas y secas, brebajes caseros, ungüentos naturales, pócimas, amuletos y huesos, se encuentra en lo que los turistas conocen como «Belén Mágico». Se escucha a los caseros proclamar que los problemas sexuales no tienen excusa con (S.V.S.S) “Siete Veces sin Sacar”, conocido brebaje que se obtiene al dejar macerar una mezcla de las cortezas de chuchuhuasi, huacapurana, tahuari, murare, icoja, fierro caspi, cumaceba, clavo huasca, azúcar huayo, ajo sacha, chirisanango, ipururo, ceima caspi, uña de gato, chicosa, cocobolo, huashaquiro, en aguardiente y miel de abeja. Los hombres conocedores del tema se propinan cómplices codazos mientras hablan de las maravillas del “Siete Veces” o el “Párate hasta el fin de siglo”, a base de pico de pájaro carpintero, motelo, chicosa, fierro, los socorridos genitales del achuni y los del lagarto negro. Una mezcla de veintiun raíces y cortezas de chuchuasha, huacapurana, tahuari, cumaceba, camu camu, murare, isula, aguardiente y la inevitable miel de abeja. Pero los “Sacha-Farmacéuticos” destacan que las estrellas del “Pasaje Paquito” son las famosas Catuaba y Muira, que son plantas medicinales que juntas poseen un increíble poder sexual. Por alguna razón son llamadas el Viagra de la Amazonía.
En el pasaje “Paquito” también aseguran que hay amarres o hechizos de amor que se hacen con velas, con miel, con trozos de cabello, con polvos de quererme, con sangre y hasta con semen. En este lugar todo es posible y la historia de los hechizos de amor no se puede rastrear. Al parecer existen desde que un hombre y una mujer se enamoraron por primera vez o, mejor, desde que hubo dos mujeres enamoradas de un mismo hombre y viceversa. Muchas de las comerciantes que están apostadas a ambos lados de este pequeño pero surtido “mercadillo” dicen ser expertas y dominadoras de los conjuros de amarres de amor a parejas, ya sea presencialmente o a distancia. Aseveran contar con la sabiduría necesaria para resolver problemas en la relación sentimental, haciendo que él o ella caigan dominados a los brazos de cualquier cliente y rueguen de amor por estos. También afirman que sus conocimientos van más allá de lo explicable y son herederas de grandes poderes provenientes de los misterios de las entrañas de la Amazonía. Nadie podrá romper estos embrujos, nadie se atreverá a enfrentar a estos curanderos, porque son de la casta de los primeros brujos sacramentados con pactos de lo más oscuro de nuestra selva.
Mientras recorremos el Pasaje Paquito al caer la tarde, podemos escuchar estos otros mensajes marketeros que se repiten: ¿Se siente deprimido porque es incapaz de dejar a su mujer satisfecha? Pruebe ‘Levántate Lázaro’ y su pareja gozará de noches inolvidables. Y para ellas ¿Es su marido de los que se aburre de sus artes amatorias? Beba ‘Rompe Calzón’ y sacará la tigresa que lleva dentro. El muestrario del Pasaje Paquito es tan grande como turbador y podemos elevarlo a las alturas del santoral psicotrópico, afrodisíaco y naturista. Durante algo más de cien metros puestecillos se suceden y arremolinan en un callejón estrecho que llega a provocar más que estupor al visitante, mientras se esfuerza por comprender lo que se esconde tras la mirada de extraños nombres de los compuestos a la venta. La humedad de la selva, el calor sofocante, la súbita lluvia y la desorientación tropical hacen el resto. Los vendedores del Pasaje Paquito parecen obsesionados con la virilidad. Don Paquito García, el señor Alcalde al que se debe el nombre de la calle, debido a que era un cliente asiduo de las hierbas de este pasaje. Seguro se frotaría los ojos al ver su caluroso callejón invadido por curanderos y amantes de los herbolarios pululando en amor y compañía.
Todo este preámbulo sirve para presentar a don Francisco García Sanz, por quien se le puso el nombre a este singular pasaje y quien fuera asiduo concurrentes. Don Francisco (Don Paco) fue uno de los alcaldes de la Provincia de Maynas, del que hay gratos recuerdos, según contaban mis abuelos. Fue un próspero comerciante español, natural de la ciudad de Soria, conocida como «la ciudad de los poetas y el buen vino». Propietario de la tienda «La Numancia – El Palacio de la elegancia», que estaba ubicada en la vereda derecha de la segunda cuadra del Jirón Próspero (donde actualmente está el Scotianbank). Don Paquito, como cariñosamente lo llamaban en el vecindario, fue un hombre agradable y campechano. Era, sobre todo, conocido por su empatía. Un hombre guapo, dicen las damas de su época, de impactantes ojos azules, elegante, siempre a la moda y galante con las muchachas. Se puede decir que era un playboy de aquella época. Al más puro estilo de nuestro laureado escritor Mario Vargas Llosa, se casó con su prima Socorro García y tuvieron cinco hijos gracias a los potentes brebajes del pasaje: José, Francisco, Carmen, Santiago y Consuelo. A los que llamaban «Gacha-Gacha», debido a que se apellidaban García García. Paquito era hermano de Don Andrés García, suegro de don Serafín Otero Mutin y abuelo de mis primos Serafin Andrés Otero García y Sergio Otero García. Como bien se dice «de casta le viene al galgo».
Don Paquito García llegó a ser alcalde. Fue nombrado a dedo por el Gobierno Central. Así se estilaba en aquellas épocas, valorando sus virtudes, ya que los propuestos debían ser personas honorables, sin tacha alguna, dignos de merecer el honor de ser la autoridad edilicia de una ciudad. Es justo reconocer que Paquito García tenía una vocación totalmente desinteresada de servir a esta comuna. Su preocupación principal fue el futuro de Iquitos como ciudad. Por eso le dio gran empuje a las canalizaciones y pavimentaciones de las calles principales de la zona histórica de nuestra Isla Bonita, que por los años finales de la década del 50 del siglo pasado no tenía alcantarillado. Francisco García Sanz lo construyó, supervisando personalmente las obras, a la que dedicaba gran parte de su tiempo, permaneciendo al lado de los obreros contratados por la Municipalidad de Maynas, a quienes gratificaba su empeño en hacer bien las cosas invitándoles sánguches y gaseosas comprados con su dinero. Los vecinos de ese importante sector de la ciudad lo recuerdan por esas obras que nunca, a pesar de los años, han tenido problema alguno.
Don Paquito murió trágicamente, mientras era alcalde. Como se dice, en su ley. Una soleada mañana, su “jeep” chocó con el volquete que recogía la basura y terminó estrellándose en un poste, mientras transitaba por la segunda cuadra de la calle Arica cerca de la esquina con Sargento Lores, frente al Colegio Sagrado Corazón. Al parecer algo que vio lo distrajo repentinamente. El timón golpeó su estómago y al cabo de un par de horas murió de derrame interno. En recuerdo a su memoria la calle Urarinas tomó su nombre y es hoy la calle Francisco García Sanz, que se ubica entre Ucayali y Palcazu. Además del famoso pasaje antes mencionado, es justo reconocer también y hay que tener en cuenta que, en el pasado, los alcaldes eran personas por demás honestas y honorables. No ganaban un sueldo ni pedían dietas por desempeñar el cargo, al igual que los regidores, quienes eran personas con clara vocación de servicio. ¿Valdría la pena malograr este artículo intentando comparar con nuestras autoridades actuales? No, ¿verdad?. Mejor demos una vuelta por Pasaje Paquito en honor a este buen alcalde y hagamos salud siete veces por él.