Decir que la mujer es un escaparate porque va provocando cuando se viste con prendas diminutas y es más propensa a sufrir de violencia sexual es un discurso nacional y no exclusividad del desaforado cardenal que tenemos en el país. La provocación que genera la mujer por su vestimenta no puede ser reprimida por la educación ni familiar ni formal que recibe el hombre en el Perú, porque, es precisamente esa educación que en muchos sentidos transmite o repite estereotipos que lo alimentan.
Digamos que las condiciones de primitivismo con el que nacemos normalmente no es aplacado por la educación sistemática que tenemos en los 2 años de inicial, 6 de primaria, 5 de nivel secundaria y otros 5 de formación universitaria (para él que lo hace). Es decir, que en 18 años de asistir a las aulas para intentar ser más civilizados no son suficientes y por eso seguimos escuchando esta versión: “tú tienes la culpa que te metan la mano si sales con esa minifalda”. O “para que provocas”, etc…
Lamentablemente y aunque parezca contradictorio ya que avanzamos en derechos y obligaciones legales que tratan de frenar esta violencia, la situación parece que se pone más fea. No porque no se conozca las normas cada vez más drásticas sino porque la “cosificación” de la mujer se ha masificado a unos niveles dónde algunas que deberían ser cierta referencia se dejan cosificar por el pretexto de la popularidad que les genera dinero.
No sólo los realitys que se han vuelto un escaparate real de cómo se vulnera a las mujeres, sino desde otros modelos de líderes de opinión que caen en el juego de exteriorizar a los cuatro vientos los pormenores de su vida privada llena de desaciertos y atentados con el sólo pretexto de poder tener cierta “vigencia” y seguir acaparando portadas, entrevistas, informes que la lleven a volverse una especie de las líderes de las sufridas.
Entonces el agravio ya sea físico o psicológico es normal porque si mujeres con estándares elevados en educación sufren de estos hechos y salen “victoriosas” se asume como normal el procedimiento de sufrir hasta más nos seguramente ha sufrido la madre o la abuela. Siniestros tiempos los que le tocará vivir a las generaciones venideras porque no la única receta para frenar esta enfermedad nacional es la educación, primero familiar (donde hay disfuncionalidad generalizada y ya nadie asume el reto de ser padre/madre/) y luego la formal donde estos valores como sistema han sido pasados por agua tibia o menospreciado por anteponer materias estrictamente cognitivas. El ADN se seguirá multiplicando.