El aceite salvador
La potencia deslumbrante del aceite de manatí, una de las fuentes naturales de energía para el alumbrado del pasado selvático, cuando no existía el tormento de los apagones y ni se insinuaba en el horizonte la terrible y temible Electro Oriente, debería reemplazar ya al pésimo servicio que brinda la empresa del rubro. El insumo ecológico, cuyo costo es una bicoca, tiene que ser la solución a ese perpetuo problema de quedarnos sin luz pese a estar al día en los pagos por consumo eléctrico. Es absurdo, es una ofensa, es una tristeza, ser tan subdesarrollados y seguir viviendo en medio de apagones, sombras nada más y las tinieblas repentinas como ocurre con frecuencia inexorable en esta urbe grandiosa donde domina el Dios del amor, a la mujer del otro.
El aceite salvador, junto con el mechero de ley o el lamparín de lata o la lámpara, es lo único que nos queda para iluminar permanentemente, de la mañana a la noche, incluidos los largos feriados de hoy, a esta ciudad que parece sobrevivir gracias a que el aire es gratis. El día que se ponga un precio a ese servicio de la naturaleza, nos veremos las caras. En serio, luego de analizar las salidas y entradas, las opciones varias del mundo moderno, para generar energía, solo nos quedamos con el dichoso aceite de manatí. Descartamos otros inventos, otras energías en boga porque no nos garantizan nada. No nos garantizan que desaparecerán los apagones.
El ecológico aceite de manatí puede salvarnos ahora y evitar las tantas pérdidas ocasionadas por la perniciosa costumbre de los apagones. ¿Cuánto perdemos, en tiempo y en dinero, en salud y en sosiego, cuando nos joroban los cortes de luz? ¿Somos, acaso, seres que gustan de sufrir con las mandíbulas apretadas, de padecer hasta la ruina? ¿Vamos a seguir así, crucificados por los apagones, sufriendo las oscuridades tortuosas, pagando cada mes un deficiente servicio?