Ejecución del vicio

En el extinto diario El Eco, hacia el 30 de diciembre de 1954, apareció una crónica que podría ser actual. De hoy mismo y a la misma hora. El escrito se titulaba “Juegos de azar en las calles”. El autor, que no dejó su nombre por alguna razón, después de  nombrar las distintas ludopatías de ese momento que invadían las arterias de todos los días y las noches, jornadas públicas que incluían casino, póker, dado, cachito y otras modalidades ya desaparecidas, menciona algo brutal, algo que no podía ser considerando que la fama de Iquitos era de una ciudad mansa, ordenada, apacible donde reinaba el Dios del amor, a la pendejada: “Nada te digo, amigo, de la cantidad de menores de edad que juegan en bares y cantinas”. Así como se lee y con todas sus letras y sílabas. Y, sospechamos de mala fe, que esos imberbes, esos infantes, jugaban en esos antros con sus mismos padres. Todo lo anterior para referirnos a la portada de ayer de este diario.

En el inicio de clases, en plenas jornadas educativas, otros menores de edad, otros imberbes con pantalón corto, otros infantes que nada parecen saber del estudio y del esfuerzo para alcanzar algo, andaban de farra en un bar ubicado en el río que pasa por Iquitos, el nunca bien ponderado Itaya. Los juegos de antes han desaparecido de sus intereses de vacilarse, de divertirse, de no hacer nada que valga la pena. Y mejor se echan sus aguas, beben como los bebedores y no pasa nada. Porque se supone que esa generación, por lo general, cree que la vida es un carnaval. No un deber.

En la ejecución del vicio, en ese relajo fácil, evidente, en esa especie de anomía supuestamente divertida, Iquitos avanza sin tropiezos. Se moderniza sin jactancia. El bar de antes era un lugar donde los infantes podían jugar su golpe, su samba, su dama. No estaba permitido, pero la ley es letra muerta aquí y allá. En el presente, el bar es también un sitio para  párvulos. No está permitido que los niños chupen, por supuesto.