El fantasma del fraude
El fantasma del fraude asoma en cada jornada electoral peruana. No hay cita de las urnas que no tenga su escándalo posterior con o sin pruebas del dolo. Los perdedores, por lo general, hacen ese tipo de denuncias, y nunca se conoce el resultado de las investigaciones. En el pasado la pillería se centraba en la compra de votos, en la alteración de las cifras finales. No era muy difícil alterar los resultados, cambiar la voluntad popular. Se ignora hasta ahora quiénes y cuántos alcanzaron el poder gracias al delito. ¿Cómo alteró, por ejemplo, la velocidad del caballo cargando las urnas selladas o el famoso voto golondrino la historia política de este país? ¿Cómo saberlo?
En el año de 1926, en Iquitos, un voto costaba tres soles y se podía cobrar, inclusive, después de las elecciones. Hoy el costo del voto pervertido tiene que haber subido astronómicamente. Por un factor decisivo: los adelantos tecnológicos. Pero son esos adelantos los que hoy hacen casi imposible una torcida de la voluntad popular. Y una cosa es pagar para que voten por un determinado candidato y otra muy diferente pagar para alterar las cifras de las elecciones.
Desde luego, en una muestra de optimismo cívico, el elector espera que su voluntad sea respetada. Espera que ninguna mano oscura, ninguna maniobra entre las sombras, altere su decisión. Espera, también, que las entidades encargadas de velar por la buena marcha del proceso electoral, hayan tomado las medidas pertinentes para asegurar que la voluntad del pueblo sea respetada. Pero ese fantasma pernicioso, nos guste o no, estará presente entre las urnas y los votos emitidos, las actas firmadas, las cifras publicadas oficialmente porque los perdedores siempre acudirán a esta justificación para la derrota.