La disputa brutal
En la esquina de una de las calles del jirón Sargento Lores apareció entonces una pinta invocando la muerte de uno de los candidatos. Era el fin de la campaña nada sosegada y ese violentismo exacerbado, además de un peligroso antecedente que puede radicalizarse en un futuro cercano, es ahora el signo de algunos lugares después del cierre de la votación. Se jugaron a muerte algunos candidatos, pensando que iban a ganar. Estaban seguros de vencer y no aceptan los resultados que no les favorece. Una intolerancia enfermiza les hizo no aceptar el veredicto de las cifras y en Trompeteros tomaron las instalaciones del lugar de votación y en Caballococha amenazaron con provocar incendios brutales.
En tantos lugares del país, de la Amazonía, se espera a muerte el resultado final. Fuera de las proyecciones de la encuesta a boca de urna, fuera de cualquier anuncio bien intencionado o no, todavía nada está dicho. Con los nervios a punto de estallar, al borde del infarto o de otro percance brutal, los candidatos que lograron puestos de expectativa, asisten a la tortura de la lentitud de las cifras oficiales. No se sabe todavía cuándo se conocerá el veredicto definitivo. Entre tanto, por todas partes, corren rumores contradictorias versiones antojadizas exageraciones y declaraciones descontroladas que contribuyen a exacerbar los ánimos.
Todo por culpa de la falta de un sistema eficaz y rápido que permita conocer los resultados lo más pronto posible. Así se evitarían tantos inconvenientes, malentendidos, falsas ilusiones. La disputa brutal, después del acto de votación, es como una carga insoportable que impone la búsqueda del poder. Ese poder tan efímero, tan fugaz. ¿Cómo sería la cosa si el poder terrestre fuera más grande, más sólido, más invulnerable?