El claustro en cuestión
En la novela Malos presagios, el escritor Gunter Grass, ganador del Premio Nobel de Literatura, desnuda las limitaciones y sinsabores de la instrucción universitaria moderna. En todo el mundo letrado. Aunque parezca mentira. En el mundo de la supuesta excelencia, de la productividad exagerada, del vociferante acierto cornejanio, el profesional del claustro, con su título bajo o sobre el brazo, no es más que un ridículo amanuense de los poderosos. Una nulidad en última instancia, un cómplice de los poderosos. Ni las costosas inversiones de educadores bamba, ni las aperturas de locales sin permiso, podría cambiar la calamitosa situación educativa superior.
El actual premio Nobel de literatura, don Mario Vargas Llosa, hizo decir al inseguro, dubitativo y desesperado Santiago Zavala que en qué momento se había jodido el Perú. El que inquiría era de las aulas universitarias, del claustro. No era un advenedizo, ni un pelotero. Era el torturado estudiante que nunca encontraba su filiación y su fe. Nunca, en sus conversaciones en el bar “La Catedral”, logró la respuesta que buscaba todas las noches de su vida desperdiciada. Nosotros, podemos entonces preguntar zavalistamente en qué instante se jodió la universidad peruana.
Perdonen la tristeza, como decía el poeta de Santiago de Chuco. Y es más que eso. Porque universidades de verdad no pueden ser esos antros donde se dan grados y títulos, condecoraciones y medallas. Y donde no queda nada de investigación, de liberación, sino una sumisa repetición de desastres. Desde ese punto de vista, desde esa situación calamitosa, nos parece importante que el Estado de ahora busque acabar con esas falsas universidades que no investigan, ni promueven la cultura.