Asesinato en el aire
La temible Central de Inteligencia Americana, antro de ejecución de siniestros planes de derrocamientos o de cambios de gobiernos no adictos al imperio de las barras y las estrellas, no es tan eficaz como pretenden sus mentores. O sus admiradores. En el 2001, en la selva del Perú, cometió un asesinato desde el aire. Un asesinato increíble, con dos víctimas absolutamente inocentes que nada tenían que ver con el tráfico de drogas u otro delito. Pues eran religiosas norteamericanas que en una avioneta venían desde el Brasil a su base de Iquitos.
En el olvido colectivo figura ahora esa carnicería atroz en el aire amazónico, donde el equívoco, la estupidez y hasta alguna tara mental, se dan la mano. Y recién ahora coincidiendo, como una cruel ironía, con el Día de los Muertos, la CIA ha reconocido que cometió un error. Es más, reconoce que su estrategia contra el narcotráfico tenía grandes vacíos, terribles desviaciones. Las víctimas de entonces testifican esa inoperancia. No pueden decir nada porque están muertos. Para siempre. ¿De qué sirve reconocer un asesinato si la vida no volverá para los extintos, los difuntos?
Lo peor de todo es que la CIA sigue operando en varios países y en varios rubros. No ha cerrado sus puertas ni ha licenciado a sus efectivos. Es posible que busque la excelencia en su, a veces, dudoso accionar. Pero nada nos garantiza que no cometerá nuevos errores, lo cual podría incrementar el número de las víctimas, de los muertos. Lo que ha ocurrido volverá a ocurrir, como en alguna novela de Grass, Encuentro en Telgte, si es que la agencia de espionaje sigue creyendo que goza de la impunidad donde se encuentre. Los estados, el Perú incluido, deberían hacer algo para que no vuelvan los errores, los asesinatos desde tierra o desde el aire.