El box noqueado
El novelista William Faulkner hablaba pestes de los que se enriquecían con la pasión nacional por lo mediocre. Nosotros no podemos dejar de imitar al aludido y también mostrar rechazo a esa pasión regional por lo banal, lo cursi, lo huachafo. El viril deporte de los puños, el gallardo y trompeador box, no es más el espectáculo varonil o femenil, porque a algún mercachifle de tres por cuatro, a un cachupín de escasas luces y pocos escrúpulos, se le ocurrió montar algo inaudito, el box gay. No faltaba más. El fiero y combativo box ha sido, pues, noqueado, puesto en la lona.
En la estupidez de nuestro tiempo, censo cada vez más inquietante aquí y allá, esa variación del pugilismo nos parece una aberración. Porque, en primer lugar, denigra al gremio local de homosexuales, cuyos miembros parecen reses o borregos que pueden hacer cualquier cosa para divertir a ineptos y para hacer ganar algunos soles a oportunistas. La comunidad gay debería respetarse más y no permitir que sus integrantes sean utilizados en actos denigrantes, ridículos. En segundo lugar, no sabemos qué puede aportar al deporte local esa carnicería de burla entre inocentes peleadores, entre seres humanos que no son ni hombres ni mujeres. ¿Los homosexuales no tienen acaso virtudes, cualidades, aciertos que no pasan por un burdo exhibicionismo?
La historia humana tiene suficientes años para saber que ninguna sociedad ha progresado fomentando tonterías públicas, buscando diversiones a costa de la humillación ajena, inventando espectáculos burdos que sólo buscan explotar la pasión por lo intrascendente, mediocre. Hay mucho que hacer para que esta ciudad, esta región, encuentren las alamedas del progreso. Y no se llega a esa estación anhelada con espectáculos inútiles, torpes, como ese pugilismo gay.