La payasada del beso del candidato
El candidato Charles Zevallos tiene una idea bastante primitiva, quintomundista, de la actividad política. Aparatoso, esperpéntico, amante del efecto de sus gestos y sus actos en el púbico, considera, sin ruborizarse o mostrar cierto pudor, que ese oficio debe tener una parte dedicada al espectáculo, al vacilón, a la payasada. No sabemos de dónde ha sacado semejante argumento, si de una tira cómica extranjera, de un robusto manual de picarescas electorales o de su propia mente empecinada en conquistar la silla consistorial del municipio de Maynas.
Fiel a su credo disparatado, a su concepción rebajada de la conquista del voto, acaba de mostrar de lo que es capaz cuando anda en plena campaña electoral. Ejecutó otra de sus payasadas. Comenzó a repartir besos en la boca ajena, en la boca de una dama en esta ocasión. No se contenta ya con regalar las pelotas de fútbol o de voleibol o de auspiciar ruidosas fiestas en cada una de sus presentaciones. Ha decidido incursionar en el contacto personal, en el uso de sus labios como una manera no de mostrar su deseo o su pasión, sino como una forma de ganar más adeptos para el día de las elecciones.
El poeta Rubén Darío decía que los besos venían muy bien con los pesos, dando a entender que el amor y el dinero se querían bastante. Al parecer, el candidato Zevallos anhela superar al padre del Modernismo y quiere escribir otro verso donde diga que los votos van muy bien con los besos. En realidad, el aludido debe tener cuidado con esa parte de su espectáculo grotesco. La payasada puede dejarle sin boca, por ejemplo. El día o la noche que en cualquiera de sus citas placeras aparezcan personas dispuestas a no despegarse nunca de sus besos buscadores de votos.