Adiós al líder unánime
En su retiro de Lima acaba de fallecer don Antonio Donadío Lagrotte, en silencio, discretamente, sin pedir nada a nadie. Entre las pompas fúnebres, los saludos póstumos, acaso los homenajes a destiempo, posiblemente se recuerde al hombre de las gestas populosas, las proezas multitudinarias, los movimientos eficaces que arrancaron importantes reivindicaciones al centralismo. Es probable que entonces se recuerde que en esos tiempos los loretanos, los iquiteños, dejaron de lado sus pequeñas banderías, sus cortos intereses de facción o de partido y hablaron un mismo idioma, el idioma colectivo de la protesta que buscaba un mejor destino para los unos y los otros. Eran otros días, otras horas, y ahora parecen tan lejos porque nos faltan líderes de su talla.
En ese sentido, en el del vacío de conductores, el deceso de don Antonio Donadío Lagrotte, es como el fin de una época, la del sólido e indiscutible liderazgo, la del personaje carismático y aglutinador que consiguió el voto unánime, el plebiscito de las mayorías. En su momento, en su mejor época, el fallecido fue el hombre indispensable, el hombre autorizado de antemano, para comandar cualquier protesta de estos lares. El finado estuvo a la altura de las circunstancias, de lo que demandaba el momento social. Y, sin alardes inútiles, ni vanidades torpes, comandó jornadas de crucial importancia para entender nuestro destino de región periférica, de sede olvidada del resto del país.
En los anales de nuestra pequeña historia provinciana quedará su figura como la encarnación del líder vinculante y carismático, que apareció cuando más se le necesitaba, cuando existía un vacío de conducción de la protesta cívica. Ese vacío regresó cuando él decidió ausentarse debido a motivos personales. Una falta sin fondo nos venía haciendo antes de su deceso, porque después de él, mal que nos pese, no apareció su relevo, el líder con convocatoria unánime. ¿Cuándo podrá ser reemplazado don Antonio Donadío Lagrotte?