Palabras en el país fragmentado
Entre el zapateo y el estruendo de los desfiles colegiales y militares, el gasto de los brindis y las comilonas oficiales y el ocio de los burócratas en el largo feriado, lo mejor del discurso veintiochero y presidencial fue el encendido, pulcro y florido ensamblaje de palabras. Es decir, la consumada oratoria, la destreza verbal, el insuperable uso de la sin hueso para describir un mundo imaginario. La perfecta dicción del doctor Alan García Pérez sería convincente si uno cerraría los ojos y se durmiera soñando con los ángeles de la dicha definitiva. Pero si uno abre los ojos en este Perú de todos los días, de tantos conflictos, entonces la cosa cambia.
Entonces encuentra, más bien, el horror de un país fragmentado, encuentra conflictos en ebullición que se cocinan en el viejo sur y en el oriente del Perú, halla desencuentros todavía insalvables entre esas islas que se miran con recelo. El Perú todavía no es lo que debe ser. Los próceros que soñaron con la patria emancipada de sus lacras coloniales, de sus injusticias escandalosas, todavía no encuentran el descanso eterno. Las ilusiones colectivas que la emancipación nacional enarboló todavía no se cumplen. En esos retrasos y retardos, cada 28 de Julio, estallan las palabras de tantos discursos ya perdidos, ya convertidos en ruinas de las edades.
La excelente oratoria de los tribunos de antes, de los líderes de hoy, entre los cuales destaca el mandatario aprista, no ha alterado la dolorosa realidad de todos los días del presente. En literatura el verbo es acción, acto en movimiento, pero en política es un desperdicio oral si es que la descarnada realidad no respalda lo que se dice. Y el líder de la última derechización nacional volvió a perderse en su verbo suculento, en su fraseología impresionante.