El rebrote de una peste fatal
En el inventario de pestes estamos mal desde tiempos coloniales, cuando las plagas comenzaron a diezmar la población oriunda. Pueblos enteros fueron exterminados, linajes completos se extraviaron en la urna colectiva. El terror de antes dejó pocos sobrevivientes. El tiempo de las pestes vuelve de vez en cuando. Se va y retorna. Ayer nomás la gripe en Iquitos era un terrible flagelo que obligada a tomar medidas severas y drásticas para evitar que la población de entonces sufriera demasiado. Hoy vivimos bajo la constante amenaza de otras pestes. Más modernas y también letales.
Todavía no se extinguen las estampidas celebratorias del fin del año pasado, ni se acaba la serenata por un aniversario más de la ciudad de Iquitos, cuando en el catastro de males aparece, como rebrote peligroso e indeseable, el dengue hemorrágico. Los dos muertos en cinco días son indudablemente una alerta fatal. Alarmante. En la medida en que puede ser el inicio de una indetenible secuela de más muertes. El dengue letal puede entonces generalizarse y afectar a varias zonas periféricas y rurales de la región. Es decir, las medidas de prevención y de combate médico pueden ser insuficientes, inoperantes. No sería nada raro que esa peste letal haya desbordado todo control, basado fundamentalmente en la fumigación.
Estamos, pues, ante una situación de emergencia. Una situación lamentable que pudo haberse evitado. Si es que se hubiera radicalizado la campaña de fumigación. En esa emergencia, como tantas otras veces, las víctimas, los más afectados, serán los sectores menos favorecidos, los que no pueden defenderse. De esa manera, otra vez, estamos al borde del abismo, del incremento de la urna de siempre. Como si la colonia no se hubiera ido de nosotros.