Recuerdo de una nativa de antes
En la celebración de un nuevo aniversario de esta ciudad que parece estar siempre de fiesta, en el momento del brindis y los júbilos, en el instante del desfile y de la comilona oficial, conviene no olvidar una cosa crucial. Que es una urbe todavía excluyente. De los oriundos que viven en su suelo y su cielo, de la mujer. En la memoria de los años idos queda la anónima y olvidada figura de Hilaria Huariga, india iquita, oriunda y mujer que podría representar a ese populoso gremio de los que no tienen su lugar en la metrópoli. Ella, distante y secreta, se asoma en momentos graves y dramáticos para los que primero habitaron esta orilla izquierda.
Era entonces el momento en que los mestizos decidieron alterar la configuración de Iquitos. Era 1840. Todavía no asomaba en estas riberas el esfuerzo del mariscal Castilla. Los barcos fundadores estaban lejos. Aparatosos, insensibles a los otros, los forasteros prácticamente acabaron con el predominio emblemático de los Iquito o Hamacores o Quituanes. En esas condiciones de derrota, de destierro, asoma la mujer citada. En su silencio formidable, en su mudez pavorosa, ella habla sobre las generaciones sucesivas de las gentes excluidas de esta urbe.
Nunca sabremos qué diría Hilaria Huariga si viviera para contar sus impresiones del Iquitos del presente. Es probable que encontraría más lugares que le recordarían a la aldea esencial, a la tierra elemental, a lo doméstico del caserío. Todo ello insertado en la ciudad. Pero lo que más le llamaría la atención, seguramente, sería la condición de los oriundos y los descendientes de esos oriundos. Seres excluidos por todas partes. ¿Cuántos aniversarios más vendrán hasta que todos los moradores sean incluidos en el bienestar, el progreso?