Aniversario de la urbe novelesca
Cuando el 25 de febrero de 1864 el barco Pastaza atracó en el entonces incipiente puerto de Iquitos, se inició la fundación oficial de esta ciudad aldeana, esta urbe campestre que conserva todavía sus desencuentros históricos. Un testigo ocular del hecho, Francisco Emilio Fernández, escribió luego un folleto titulado El progreso del apostadero de Iquitos, donde está todo lo referente a ese acontecimiento crucial. Era 1868, y el maestro Jorge Basadre lo cita arrojando por la borda esa cansante cita de fechas y de años, de naves y de navegantes, en que se enfrascaron ciertos iquiteños iletrados para designar el perdido día que cambió radicalmente a esta urbe.
Este 5 de enero del 2011, como tantas otras veces, día en que ningún barco y ningún navegante atracó en este puerto, se celebrará otro aniversario iquiteño. El número147, en un festejo en el vacío de la falta de información histórica, de la necesaria rigurosidad en la investigación del pasado. En vez de tantas ceremonias, de tantas palabras que el viento se lleva, de tantos brindis, no estaría mal revisar ese episodio para buscar una mejor fecha central de la ciudad, donde el elemento oriundo sea también protagonista de la historia.
El novelista Jean Echenoz, posiblemente, la definió mejor que nadie cuando dijo que no había ciudad más novelesca que Iquitos. Ello es un elogio, por supuesto. Cualquier urbe no alcanza ese rango singular. Y esa novela latente, palpitante, podría comenzar con el desastre paulatino de los barcos venidos de lejos, pasar por las tantas obras inconclusas o las promesas incumplidas a través de los años como el tren o el camino hasta Le Havre y desembocar en ese portento de la arquitectura del fracaso como ese edificio inconcluso de la calle Raymondi.