Días de emergencia
En la desesperanza de los muchos muertos ante los ataques del dengue hemorrágico no caben dimes y diretes, cuentos de pobre contenido, decaimiento de los ánimos, imitación de la avestruz enterradora. En realidad, lo aceptemos a no, estamos viviendo días de emergencia, horas de angustia, segundos de terror. Andamos al borde de una pesadilla del cual sería difícil despertar. Las pestes de antes eran barbaries sin nombre, carnicerías espeluznantes, que hoy nadie quiere recordar. No había cómo tomar las medidas preventivas, ni cómo combatir sus letales efectos. Hoy las cosas han cambiado. Pero todavía nuestras autoridades se empeñan en actuar con una lamentable demora, una increíble falta de reflejos.
Es posible decir que cualquiera de nosotros podría acabar atacado por esa peste insidiosa. Sería absurdo que alguien creyera que está libre de la fatal picadura de zancudo brutal. En otra parte ya lo dijimos con todas sus letras: no podemos esperar el incremento de los difuntos, la expansión de la urna funeraria de siempre, para recién tomar las medidas pertinentes. Para radicalizar el combate. Es urgente y necesario actuar ahora, antes del desastre anunciado, antes del patíbulo final. De lo contrario la población en su conjunto sentirá que está en situación de desamparo. Cualquiera cosa que se haga a partir de ahora será importante. El feriado no laborable, por ejemplo, anunciado por el mandatario regional Yván Vásquez Varela.
En estos días de dramática emergencia debemos dejar el espíritu de facción y de capilla, el exagerado anhelo de tirar para el propio molino, la acostumbrada pesca a río revuelto. Estamos en peligro. Corremos el riesgo cierto de ser exterminados. Los venideros, de alguna manera, nos agradecerán el haber sabido estar a la altura de las circunstancias.