El hermano intolerante
El hermano Paul, a quien defendimos cuando estuvo a punto de ser expulsado de esta ciudad, de este país, por la intolerancia gubernamental, tiene serias denuncias en su contra. Los indígenas le han declarado persona no grata, por ejemplo. Lo que sorprende del hecho es que el hermano Paul se haya callado en todos los idiomas. No ha respondido a los cargos, a las acusaciones como si con él no fuera la cosa. El que calla otorga, podríamos pensar simplistamente. Esperando el descargo necesario, para que las cosas queden en claro, este diario descubrió que el hermano Paul no solo gusta del silencio, sino que fatiga la intolerancia. Así como se lee.
Un siervo probado del Señor, un misionero moderno, un luchador por las causas justas de los desposeídos de estos verdores, pierde los papeles, se descontrola sin remedio, apela a la brutalidad del verbo, sólo para no declarar en este diario. Como si fuéramos emisarios del mal, portadores de una peste, el hermano Paul nos mandó a rodar, en vez de responder a los indígenas. En verdad escribiendo, no sabíamos que el aludido carecía de la piedad o de la comprensión hacia el otro, hacia la criatura que no le rinde pleitesía o le revienta cuetes incontrolados.
La verdad os hará libres, dice el Evangelio. Y una mínima verdad, una minúscula verdad, venimos buscando desde hace tiempo al publicar las denuncias contra el siervo de Dios. No nos mueve nada subalterno, ni un encono personal contra el citado hermano. Se trata de la versión de los que tradicionalmente fueron maltratados, desposeídos, hasta asesinados. La verdad tiene que estar en alguna parte. Los griegos decían que no hay dos verdades. Y en pos de esa verdad vamos a seguir, acatando a ese Evangelio que el intolerante hermano Paul conoce mejor que nosotros pero no lo practica.