La otra tierra
No hay ciudad más novelesca que esta, dijo sobre Iquitos el escritor Echenóz. No le faltó razón. Porque un hecho absolutamente novelesco es optar por las artes en un medio donde reina el neo cauchero ignorante, el hombre del comercio de chucherías, el maderero metalizado. En estos lares, el término novelesco alude a un cierto heroísmo, un cierto coraje, para salirse de la común pasión por lo mediocre. Hacer cine, desde aquí, con aportes humanos de aquí, con dinero de aquí, rima con lo arduo de construir una novela. Lo anterior para referirnos al pre estreno de la cinta “Mi primera película”.
El hecho ocurrió en el Multicine de esta ciudad y tiene que ver de entrada con un desencuentro dramático entre nosotros, la marginalidad y algo de su infierno diario, de su averno cotidiano. Destinos contrariados, vidas al borde del estallido o de la quiebra, desfilan por la obra en una inmersión en las heridas abiertas de ciertas gentes que vienen de la pobreza, de la fractura de la migración que no encuentra su lugar en la urbe. Un mundo con traumas surge allí, pero que no pierde el vitalismo de la búsqueda de un destino mejor. De otra tierra, para referirnos a una versión de la utopía ancestral en estos verdores.
En efecto, detrás de cámaras o filmadoras, entre guiones y ensayos de escenas y de parlamentos, en medio de ediciones y de estrenos, no puede dejar de latir la ilusión de que la vida de todos los días de esas personas marginadas cambie de destino. Que alcance la otra tierra, parcela mítica que anhelaba el cacique Viarizú. Así el cine de por acá, hecho acá, puede contribuir a mejorar las condiciones de vida de algunos seres excluidos de esta ciudad que tiene una deuda permanente con los moradores de la marginalidad.