La recomendación del Nobel
El Perú debe ser un país tan traumático, tan desconcertante, que tiene un Premio Nobel de Literatura ocupando el último lugar en la compresión de lectura. El escritor Mario Vargas Llosa, varón de letras, hombre premiado hasta el cansancio, escritor ejemplar, debe andar tan sorprendido de la penosa ubicación de sus compatriotas de la blanca y roja. Sus compatriotas juerguistas, bailadores, licoreros. El país que, según sus palabras, lleva en las entrañas le debe doler en alguna parte pese a tanto festejo por el lauro universal obtenido. Por ser colero en algo tan fundamental para cualquier ser humano.
El último lugar en la elemental compresión de un texto debió ser lo que le impulsó a recomendar a unos estudiantes de Estocolmo que lean un libro. Para el autor de tantas buenas novelas, la lectura no es un pasatiempo gratuito, una manera de matar el tedio o un sufrido ejercicio penoso. Es, entre otras cosas, una forma de la felicidad. Ello quizá sea el dato más importante sobre el vicio solitario. Una incursión en esa dicha esquiva que tantos buscan en otros ámbitos se esconde en las páginas de un libro. Así de formidable ese invento tan despreciado en estos predios de mercachifles peseteros y vendedores de baratijas. O de políticos matreros y corruptos.
La República iletrada, desde la concepción del brillante novelista, es un territorio infeliz, desdichado. Está en la retaguardia de la dicha. Lo peor de todo es que no hay una reacción masiva, contundente, vital, para sacar al país de la cola en la lectura. Como si nos gustaría estar en el último lugar, en el puesto de los derrotados, nadie toma cartas en el asunto. De esa manera la puntual recomendación del Nobel puede quedar en nada, en el vacío y el Perú seguir en el lugar de siempre.