El avance de la peste
En el Decamerón Giovanni Boccaccio cuenta los estragos y males que provocó una de las tantas pestes que han pasado por este planeta infortunado. En el presente, todavía no hay el escriba que narre los horrores del temible Sida. No importa. Interesa saber que en este país no existe una política, seriamente diseñada y con presupuesto, de combate oficial contra dicho mal. Ningún gobierno se ha puesto los pantalones o las faldas para acabar con ese flagelo. Los que combaten contra la peste rosa son colectivos privados que no pueden hacer mucho para que la población no acabe contagiándose.
En la Amazonía del Perú la peste es una desgracia antigua. Cementerios enteros se llevaron esos males que estallaron de repente ante la población indefensa. Hasta hace poco una epidemia de gripe podía declarar en alerta a la ciudad de Iquitos. El Sida ha encontrado campo fértil debido a muchos factores que no es del caso mencionar en este editorial. Lo que cuenta es que, como en el caso nacional, ninguna gestión local o regional ha diseñado una política de combate eficaz contra ese predominio de la muerte entre nosotros. La peste rosa no se detiene entonces. Hay un factor que contribuye a ese auge.
Ciertos ciudadanos, de cualquier edad y condición como en los antiguos días de la peste florentina, parecen no darse cuenta de que corren peligro y dan rienda suelta a peligrosos divertimientos, se extravían en sus bajos instintos, frecuentan el adulterio, consumen la oferta prostibularia. El Sida no es con ellos, suponen ingenuamente. Como si sus vidas no corrieran serio peligro, viven al borde del precipicio. Ese tipo de ciudadano ha producido verdaderas tragedias que otros pagan. Con sus vidas. ¿Qué hacer con ese irresponsable sujeto que propaga la peste fatal?