El asunto de los cuarteles   

En la actual campaña electoral  no podía faltar el embuste descarado, la demagogia desatada.  No de erradicar la pobreza, de conceder empleo a todo desocupado, de alcanzar el progreso que supuestamente se encuentra a la vuelta de la esquina. Se  trata de otra cosa, del  eterno asunto de los cuarteles militares asentados dentro de la ciudad y que actúan como barreras o murallas insalvables que  mortifican, que estorban y que impiden un mayor dinamismo del tránsito peatonal y vehicular. Esas sedes están allí, rodeados de calles y de pobladores,  como si la urbe oriental no hubiera crecido. Están allí como cicatrices en un rostro.

La pronta salida de esos cuarteles es un tema ya viejo, una canción trillada. Desde hace tiempo, aparece alguien diciendo que esas sedes están con los días contados y en que en esos lugares después se hará esto y lo otro.  Cualquier despistado podría pensar entonces que los uniformados agarrarán  sus corotos, sus manuales de guerra, sus tropas y se irán a habitar terrenos que tienen lejos de la ciudad. Pero los militares con sus guardias, sus costumbres de  cuartel, sus gritos marciales y sus evoluciones bélicas, no se mueven de esos lugares. Se quedan donde están, inmutables, perpetuos. 

El clamor ciudadano es que los respetables uniformados  dejen libre esos espacios urbanos. La urbe oriental debe reordenarse sin esos estorbos, esas islas. Ese clamor está siempre allí, flotando en el ambiente. Y no faltan candidatos que prometan hacer gestiones para acelerar la salida de los militares. Es cuento viejo esa promesa. Es demagogia. Es pura palabrería. Y como hay que ganar a cualquier precio, sin escrúpulos, sin vergüenzas, sin sangre en la cara,  utilizan esa vieja mentira cuartelera. Como si nada engañan a sabiendas.