EXTRAVIADOS EN EL FUEGO

El hecho de que angustiados y desesperados pobladores tengan que cavar la tierra, buscando agua para tratar de apagar el incendio en el Asentamiento Humano Delicia Manzur, revela que andamos mal en cuestiones del fuego, en asuntos de esa tragedia que de vez en cuando enluta hogares. Como siempre. Desde el primer siniestro en la ciudad de Iquitos, que fue una cuantiosa e inesperada pérdida, que inventó la figura del damnificado y que provocó propuestas que nunca se implementaron, las cosas no han cambiado mucho. Cada incendio es una evidencia de falencias, descuidos, incurias y lamentos.  Una historia conocida, trillada.

En una ciudad como esta, tan propensa al fuego, lo mejor que se hizo hace tiempo fue intentar cambiar el patrón del techo de palma y el cerco de madera. Era una buena  medida que revelaba un sentido preventivo, un plan de anticiparse al fuego. Ello pudo haber sido implementado con otros pasos y tareas importantes. Pero no se hizo lo previsto. Porque las casas que el sábado se quemaron en Punchana fueron esas viviendas precarias de la pobreza, palma y madera, terreno fértil para la expansión de cualquier incendio. Ya se sabe que los peores siniestros afectan a los que por una u otra razón no han podido levantar viviendas más sólidas.

En la quemante historieta de los incendios locales, lo peor que se hizo, que se hace, es  no dotar a los  bomberos voluntarios de equipos para que cumplan decorosamente su arriesgada labor. Incendios van e incendios vienen y esos servidores siguen quejándose de la falta de apoyo de las autoridades, salvo una que otra medida de alguien.  A ese paso de descuido, de ineptitud, de repetición de lo mismo, pronto podríamos ganar al mismo Londres  donde hasta ahora estalló el peor incendio en la historia de la humanidad.