El estío caldea las calles de esta ciudad. No es el calor del trópico húmedo, aquí pareciera que te quiere calcinar apenas te descuidas. Hay que hidratarse, así que aprovecho para tomar una horchata helada que alivia el calor y te empuja a la lectura. Leía un ensayo de Theodor W. Adorno “Educación después de Auschwitz” en la cual el filósofo alemán ensayaba respuestas a lo sucedido en los campos de concentración nazis. La idea era como tratar de evitar que esos hechos ocurrieran (y de hecho siguen ocurriendo y poco esfuerzo hacemos en reflexionar sobre lo que está pasando) entre una de sus recomendaciones apostaba por una educación que desalojara el virus del autoritarismo y la ceguera para obedecer sin mirar las consecuencias de esas órdenes. En su reflexión, observaba que una de las situaciones a desterrar es el nacionalismo resurgente ante lo sucedido, sí, el nacionalismo. Eso me llamó la atención y no le faltaba razón. Recuerdo que ante las denuncias de los crímenes de indígenas en el Putumayo se enarbolaron el pendón del nacionalismo para poner un velo a la sangre indígena derramada. Decían que los que denunciaban al famoso empresario cauchero Julio C. Arana eran antipatriotas, que el empresario estaba cuidando y velando los territorios de Perú y la soberanía frente a la intromisión colombiana. Lo mismo le dijeron al juez Valcárcel que investigaba la causa, le tacharon de traidor a la patria. Cuando José Eustaquio Rivera escribió “La vorágine” decían que era un libro contra los intereses de Perú. Esos argumentos de la exaltación patriotera tienen caminos resbaladizos y hay que poner mucho oído. A raíz de la ratificación y firma del Convenio Escazú los que se oponen al tratado han sacado como argumento – como no, el emergente nacionalismo. Señalan los que se enfrentan al tratado que al firmarlo se viola o es una afrenta a la soberanía nacional. En un mundo interdependiente y global, de tratados regionales y de mercados comunes se vuelve a enarbolar la bandera de la soberanía nacional suena mucho a anacronismo ¿acaso no son ecos del pasado?
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