Dos mujeres en el camino
Mucho se habla de la prostitución en La Habana. Una profesora que estuvo hace algunos meses por estas tierras me aseguraba que es increíble el grado de prostitución. Así que llegué a La Habana con el bichito de la comprobación. El que nos arrienda las habitaciones a los pocos minutos de mostrarnos el lugar nos pide que si deseamos pasarla bien con una de esas mulatas no tiene ningún problema en dejarnos pasar, con una advertencia: “siempre y cuando sea mayor de edad, ustedes pueden traer a la que gusten, hasta yo les puedo conseguir un par de mujeres, de nalgas duras como piedras, pechos inmensos como el mar y puro candela”. Nos miramos con Percy y seguimos la charla.
Tomamos un cubataxi y el joven chofer al responder nuestras preguntas no tiene ningún rubor en decirnos: yo tengo una prima, que está como las diosas, tú sabes cómo está la situación en Cuba, que falta el dinero, así que le doy mi teléfono y yo la pongo a mi prima universitaria que es una muchacha de 22 años que está hermosa. Tú sabes cómo está la situación en Cuba”. Y pienso, la situación es parecida en Iquitos.
Decidimos ir al teatro y caminaremos a las 8 de la noche por lo menos un kilómetro para sentarnos en una de las butacas. Las calles están en penumbra. Pero no hay peligro que algún malandro se acerque e intente robarnos. “Eso es muy difícil aquí, hay cosas malas como en todo país, pero aquí es muy difícil que les suceda eso”, nos aseguró hace unos minutos un cubano que de tanta charla ya entró en más confianza. En la primera esquina notamos a un muchacho con dos muchachas, el primero se aleja y las dos andan un poco separadas pero parece que siguen nuestros pasos. Una de ellas nos grita: “Hey, México, México”. La ignoramos y seguimos la ruta. Sentimos que en la penumbra de las calles se acercan más y una de ellas se pone a un metro de nosotros y dice: “A dónde van, hola amor mío”. Se me escarapela el cuerpo, siento que me baja la presión y contesto con tartamudez: “va, va, va…mos al teatro queeeee estatatata cerca”. Percy Vílchez luego me diría que mejor hubiera contestado otra cosa, porque lo que dije provocó la huida de la dama y su acompañante. Ambas blancas, bien dotadas, mejor habladas y terriblemente ninguneadas. Solo termino con esta aseveración: hasta las prostitutas son diferentes en La Habana.