Ya en las aulas universitarias había soñado con tener un diario que diera las dos versiones y que se ubicara ya sea en el centro o en uno de los extremos de esas versiones. Total, de eso se trata, también, el periodismo decían los teóricos. Y eran los años en que viajaba entre Lima, Pucalla e Iquitos por razones y, también, calzones, que hoy caigo en la cuenta que moldearon lo que soy. Lo hacía con la olivetti que mi padre había comprado para las hijas secretarias que, además, mantenían a sus dos hermanos menores. Años después como inquilino precario en un barrio clasemediero de Lima soñé hasta el nombre de la publicación.
Hasta que llegó el egreso y el regreso a la tierra para ganarse la vida. Caminé unas cuadras y pedí trabajo en el semanario católico y Doris, la hermana que como las demás hicieron todo lo humanamente posible para estar preparado para la vida, me prestó su moto para buscar las noticias y, también, las primicias. Y, en paralelo, la publicidad que me proporcionaba el porcentaje necesario para los ajetreos juveniles. Mi vida transcurría entre crónicas y cómicas. James Beuzeville, que leía religiosa y semanalmente Kanatari envío a Andrés Ferreira a proponerme que trabaje en Arpegio como reportero y ahí mi vida cambió para siempre, para bien. Ya en los ajetreos del semanario y del noticiero radial había decidido fundar el periódico. Tres años de experiencia me daban la seguridad de lanzarme a eso que había prometido a una compañera mientras nos llenábamos la cabeza con locuras vitivinícolas.
Cuando el diario salió un miércoles 30 de junio de 1993 -ahora caigo en la cuenta que estaba por cumplir 27 años, que barbaridad- Guillermo Flores Arrúe y Oraldo Reátegui Segura me llamaron asombrados por la forma y fondo. La forma porque era de un formato que ninguna imprenta tenía y los chicos del Ceta se esmeraban para el tiraje y en el fondo porque no era habitual que se diera las dos versiones de un tema. Juan Checley e Iván Rengifo, políticos protagonistas de esos años, se daban puyazos editoriales en una de las dos páginas que luego se convirtieron en cuatro, luego en ocho, luego en dos colores y después full color. Tanto Guillermo como Oraldo semanas después integrarían la publicación, uno como colaborador y otro como subdirector. De ahí viene el subtítulo de «bitinto» que hasta hoy mantenemos.
Cada año fuimos creciendo y hemos tenido las de cal y las de arena. Pero la apuesta periodística de las dos versiones -como bien lo recuerda Jorge Carrillo, mi amigo, colega, hermano y todo lo demás- sigue incólume y creo que esa es la característica de Pro. Los únicos que no dan su versión son los que no quieren. Hemos convivido con los avatares y malabares políticos -como bien lo recuerda Hector Tintaya, mi amigo, colega, hermano y todo lo demás- y aquí estamos, como el primer miércoles. Esto es un pequeño resumen, sin duda. Porque mucha agua pasó bajo el puente y varios caminaron sobre el puente. Y, como dice Potrillo en su columna de hoy, hubo de los buenos y los malos pero con tino no ha nombrado a los buenos porque los malos se pueden molestar. Y, como dice el cholo Tintaya, una de las cosas que nos asemeja a los periódicos nacionales y mundiales es que sabemos celebrar. Y así seguiremos y así celebraremos. Por ellos y por las que mal pagan. Por eso hoy brindaremos por el trio de dúos de colegas mencionados, porque en ellos se resume nuestra existencia. Porque entre el pasado y el presente forjamos nuestro futuro que a veces se torna tan incierto. Y, en medio de toda esa vorágine de procontristas, la familia, si pues aquella integrada por los siete hermanos, la madre enternecedora, el padre laborioso, la esposa comprensiva, los hijos motivadores y todos del alrededor más íntimo y tierno. No pensaba llegar a los diez lustros o cinco décadas en condiciones de escribir estas líneas con toda la felicidad del mundo y corriendo de aquí y de allá por la capital peruana para abordar el avión que me lleve a celebrar este acontecimiento y saber que los amigos forjados gracias al bitinto pueden escribir con la misma libertad y calidad que les ha ayudado su paso por la redacción de esto, que no intenta otra cosa que ser periodismo a su servicio.