Entonces el mercado europeo puso su ojo en Iquitos como eje principal de un movimiento económico creciente y alimentador del mundo. El capital empezaba a necesitar de grandes recursos humanos para que el capital joven en el siglo nuevo buscas fortalecer el mercado libre con sus trabajadores disciplinados que se convertían en un punto débil para avanzar. Y es que la carencia de trabajadores disciplinados no solo era un problema en la ruralidad de la Amazonía peruana ya que no poseían sus medios de producción, y que este problema se contraponía con el accionar de los trabajadores que eran reclutados y recluidos en una organización de una mano de obra que suponía coacción plena. Ya sea en toda Latinoamérica que se venía haciendo práctica de este accionar, Loreto nunca fue ajena a estas prácticas de terror, ya que suponía que los indígenas como obreros del gomero Julio C. Arana les convertían en victimas de coacción, maltrato, retención, control y muchas veces víctima de muerte.
Los grandes estudios de la época gomera del siglo XIX, contrastan las verificaciones de la práctica de esta economía gomera en dos formas de práctica para el retenimiento de la mano de obra: la habilitación (peonaje por deuda) y las correrías (incursiones para capturar esclavos). Estos dos accionares que se describen como una economía esquemática de adeudamiento y de esclavización eran prácticas ocultas en los centros de extracción sin ninguna vigilancia de los derechos laborales, humanos e indígenas en un país que no reconocía al indígena como un miembro de la sociedad civilizada. El adeudamiento y las correrías como forma de retener la mano de obra se sub dividían en dos tipos de personas: los mestizos y los indígenas. El adeudamiento solo se hacía formal con los mestizos, habilitándoles de recursos de necesidades propias que eran muchas veces elevados en el precio a costa que tenía que pagar con trabajo en los campos gomeros. En tanto, las correría consistían en una práctica muy común para enrolar a los indígenas en los campo de gomería. Aunque esta situación de la economía gomera no nos abre un panorama de alguna intención clara de un libre mercado, las práctica de barbarie destruyen toda imagen benefactora de lo que fue realmente esta economía pesada en la balanza con sangre, una producción y un beneficio nacional tan solo a costa de la piel y la exclusión de derechos a peruanos que eran impedidos a ser reconocidos como tal por la condición de su forma de vivir y de la cultura a la que pertenecían.
La creación de una deuda al obrero gomero consolidaba parcialmente un verdadero progreso de bajos niveles humanos, ya que esta práctica podía mejorar la producción de la extracción y el perfeccionamiento de la venta en el momento indicados, sino que estas actividad cuestionaba mucha la condición humana del practicante como patrón y del dueño de la empresa que era el que ordenaba etas practicas salvaje para el perfeccionamiento de la producción sin importarle las condiciones humanas del obrero. Aunque la práctica de habilitación a obreros eran sustentados en que el obrero era consciente y estaba de acuerdo con el crédito exagerado de la cual era víctima, siempre hubo un acuerdo de las dos parte por la cual el obrero no tenía de qué quejarse. Pero sin embargo, las correrías a los indos triviales nunca pudieron ser sustentadas como prácticas legales en un estado de derecho naciente, incipiente y prematuro que, al tratar del tema indio, en el resto de Europa y otros países maduros en sus democracias y sus conceptos de derechos humanos, estos derechos para los gomeros eran opacos respecto a toda una tradición cristiana que seguía vigente en ese momento a considerar que el indio no posee alma. Las correrías no eran ajenas a niños y mujeres que eran domesticados como sirvientes de la hacienda y sirvientes sexuales para luego pasar a la extracción de la goma. A pesar que se saben de otras formas de reclutamiento, estas dos prácticas han sido los que le llevo a Julio C. Arana a terminar como un personaje histórico no grato a la celebridad del progreso peruano.