Es el placer de no hacer nada, dice este dicho italiano del exergo y para muchos una filosofía de vida. Esta idea o filosofía va contra la lógica que siempre debemos estar ocupados, es el rezago utilitarista (¿calvinista?) que se filtra en nuestras anónimas vidas, por esa, casi urgencia, de querer estar siempre haciendo algo. Pero hay momentos en la existencia, varios, en que el cuerpo y la cabeza te pide parar, detenerte. Hacer un corte o largo paréntesis, pero hacerlo. Escuchar a tu cuerpo, me decía una amiga psicóloga. Hacerlo para no hacer nada, a dejarte ir. Alguien comentaba que no se puede ser escritor las veinticuatro horas del día, como tampoco se puede ser ingeniero, arquitecto, médico, todas las horas del día. Hay que hacer un intermezzo, un merecido derecho a la tregua. El yerno de Carlos Marx, Paul Lafargue, quien se casó con su hija Laura, escribió un opúsculo sobre el derecho a la pereza, que es una crítica al modo de producción del sistema capitalista y reivindicaba el ocio. En la floresta tenemos un personaje social que reclama al ocio a su manera, es el quilla- oficio, le produce alergia trabajar, él va a su bola. Esa situación del ocio o de la pereza lo puse en práctica un fin de semana en la sierra de Guadarrama. Mi cuerpo y mi cabeza pedían no hacer nada, tanta información nos embota. Ni siquiera me apetecía escamotear mi propia existencia. Era estar en la nada, es un gozoso placer indescriptible. Nadaba agradablemente mirando el viento a través del movimiento de las hojas de los árboles, me dejé llevar. Respiraba el aire, presumiblemente, sano de la sierra que no tiene esa connotación y sesgo peruano sobre la sierra, aquí es sinónimo de buena salud. Observaba las laderas de las montañas donde el color verde lo está colonizando después de un incendio forestal de hace unos años. Me sentía como una araña al caminar sobre el techo y puedo mirar toda la casa, el paisaje, como si flotara. Es una sensación impagable ¡Bienvenido el ocio! Después de beber un sorbo de salmorejo.