Los disparos por la culata

La batalla de Karánseves fue un auténtico disparo por la culata, una soberbia metida de trompa de las tropas enconadas. Sucedió que unos efectivos de armas tomar,  antes de la estampida de los disparos, se dedicaron a beber a raudales.  Cuando arribó un contingente aliado, mezquinaron el seco y volteado con los demás y construyeron una barricada para defender las heladas cervezas. Las otras fuerzas amigas siguieron arribando al terreno ya espirituoso.  Los que bebían y los que querían beber, ambos en estado alterado, fuera de sus cabales, prontos a la agresión, se loquearon cuando estalló un disparo en cualquier parte. Imaginando que el enemigo venia antes de la hora, se lanzaron a una encarnizada batalla entre ellos mismos.

Esa batalla entre seres de un mismo bando, entre falanges de la misma casaquilla, es  una de nuestras peores claves. La más triste contienda  nos ha desgraciado. Así ha sido siempre, por decir. La bronca entre el gobernador y el misionero no tuvo desperdicio pese a que ambos se dedicaban al contrabando de aguardiente.  El encono por la conquista de todo lo que envió a Iquitos don Ramón Castilla fue sin cuartel. La bronca entre autoridades es disco rayado. Todos contra todos en encarnizado duelo con disparos por la culata, como una desgracia sin ganadores, con pobres víctimas.

En el presente, los descendientes del disparate de Karánseves son los que pretenden luchar contra la corrupción.  La primera contienda es entre ellos mismos. No hay batalla más atroz en sus agendas diarias. Golpes altos y bajos, dimes y diretes, zancadillas repentinas, lances de comadres, les perturban e impiden oponerse a uno de nuestros peores males. La corrupción ni se incomoda ante esos disparos por la culata, esas balas de fogueo, esa ineptitud manifiesta de combatientes que gastan tanta pólvora en bandadas de gallinazos.