[ESCRIBE: Darwin Arévalo].
Llegábamos al mercado y todo era una locura, gente iba y venía, no había por dónde caminar, los olores eran fuertes, condimentos, frutas, anticuchos, ropa nueva, hiervas que se usan en Año Nuevo para los baños algunos ambulantes ya los vendían.
Para mí el mes diciembre siempre tendrá tardes anaranjadas, olor a pólvora de cuetecillo rojo esos que vendían y compraba en el mercado Modelo con los cinco soles de propina que tenía el mismo día de Navidad.
Antes de ello era justo y necesario comer un trozo de panetón con la verdadera mantequilla “pluma roja”, escogíamos; cuál de las canastas navideñas que habían sido entregadas a mi padre, tía Julia o tía Charo era la que asaltaríamos en algún descuido.
El olor a chocolate caliente aun preparándose, la técnica para hacerlo espeso y rico era usar el chocolate en polvo, chocolate en barra, algo de maicena y la dosis exacta de leche gloria, mi padre Fernando era el encargado de esa preparación.
En las calles, las veredas eran punto de encuentros de algunos vecinos quienes empezaban el brindis aun siendo de tarde, el ocaso empezaba a formarse a lo lejos, lo naranja iba poniéndose más intenso.
A última hora siempre faltaba algo que comprar, o era ropa nueva o algún regalo especial, mientras algunos quedaban en casa terminando de asar la gallina y el gallo que se había engordado todo el año en la huerta de la casa, mi tía Julia salía al mercado de Belén, ahí había más variedad de cosas que podían faltar en la noche buena.
Desde los doce años de edad dejó de ser importante usar ropa nueva en noche buena y posteriormente la Navidad, una vez mi madre me compró un polo de los Powers Ranger (los originales), en la noche después de las doce un “buscapié” (cuete artesanal que revienta al rallar con la planta del zapato) por cosas de la vida saltó a mi polo nuevo quemándolo en cuestión de segundos.
Llegábamos al mercado y todo era una locura, gente iba y venía, no había por dónde caminar, los olores eran fuertes, condimentos, frutas, anticuchos, ropa nueva, hiervas que se usan en Año Nuevo para los baños algunos ambulantes ya los vendían.
Luego de comprar lo que faltaba era indispensable hacer el recorrido por la Próspero aunque sea para ver los juguetes nuevos y la ropa de moda, nosotros (Arturo y yo) cargábamos las bolsas mientras doña Julia, como cariñosamente la llamábamos, se metía a una tienda y nos compraba algo, era la emoción más grande.
Al salir de la tienda ya teníamos nuestro propio olor a nuevo los colores encendidos habían sido escogidos para vestir la noche.
Aún atardecía y mientras nos regresábamos en el motocarro las casas empezaban a iluminar, el mismo tiempo las melodías de las luces navideñas en los arbolitos comenzaba a sonar.
Diciembre tiene olor, color y sonido…
Los Toribianitos cantaban en la sala, pero era infaltable escuchar en La Voz de La Selva los villancicos loretanos, “Chacarero de mi tierra tú no tienes navidad” “Suena el manguare” temas que por alguna razón me arrancaban lágrimas en medio de tanta felicidad.
En aquella época las radios locales sí tenían espíritu navideño poniendo en su programación al menos una hora de música navideña, el espíritu se nutría más de este sentimiento. Todo era más bonito.
Faltan menos de quince días para la noche buena y Navidad, posiblemente todo sea comercial y no pasa de eso. Yo pienso que depende de cada uno de nosotros cómo disfrutemos estas fiestas.
Desde ya abre más los sentidos y disfruta del olor, color y sonido de este último mes del año.