Hace unos días, de entrada del aire helado en la península, fuimos a ver una muestra “Diarios de libertad” sobre maestras y pedagogas de la II República, en el Centro Cultural Galileo del Ayuntamiento de Madrid, donde daban cuenta de unos diarios y reseñas de las maestras de un interesante período de la historia de España. Es muy sugerente que la muestra se apoye en los diarios de muchas maestras y pedagogas que con su bagaje intelectual y experiencia vital querían ampliar los márgenes de la ciudadanía como la educación mixta, la laicidad en la enseñanza, el voto entre otras ideas que revoloteaban la cabeza de estas vindicativas mujeres. Realmente es admirable con todas las limitaciones en contra y ellas pujando, esculpiendo por una vida mejor no de una persona si no de una gran mayoría de la colectividad. La memoria gráfica de la muestra es muy elocuente. Mientras miraba la exposición mi cabeza volaba por la floresta, esa floresta que cada día se convierte en inhabitable por la carga de los pasivos ambientales y la ciudadanía plana. Recuerdo que en uno de mis viajes en deslizador por el marjal, a Trompeteros, hicimos una escala en un caserío cuyo nombre no recuerdo y topé circunstancialmente a una profesora, muy joven, que atendía a muchachas y muchachos vivarachos y de diferentes niveles educativos. Me quedé impresionado y sin palabras. Confieso también entré en cierto sentimiento de culpa por las mezquindades en la que uno está envuelto. Las aulas eran muy precarias a igual que el mobiliario escolar y ella allí dando clases al pie del cañón con todas esas condiciones que no jugaban a su favor. Dando vida a ese derecho que está en los textos legales, el derecho a la educación y formando ciudadanía así a remiendos. Sería interesante saber si esa profesora o profesoras rurales tenían o tienen su cuaderno de campo y poder saber que escribían, cuáles eran sus emociones, sus pesares y quebrantos. Ellas luchan por una floresta mejor como mi amiga Encarna Muyarari Tihuay en pleno palustre.
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