Todavía se recuerda la celebración de las fiestas patrias del 28 de Julio del 2016. No por los discursos encendidos, las palabras vibrantes, las polémicas políticas, las variadas gallardías del feriado largo, sino por los desfiles. En todo el país esas formas de levantar la pierna, mover el brazo al compás de la marcha y saludar al superior dejaron fuentes de desperdicios. La avenida Brasil fue una de las más afectadas por la basura que dejaron los espectadores del desfile limeño. Demoró bastante la limpieza de esa calle afectada por tantas sobras.
Donde no se pudo limpiar nada fue en la ciudad de Iquitos. Allí también los tantos desfiles veintiocheros dejaron sus huellas en forma de desperdicios variados. Las autoridades contrataron los servicios de una empresa para limpiar las tantas calles contaminadas. Pero, por uno u otro motivo, dicha empresa no pudo cumplir con su cometido y permitió que los cerros de desperdicios se quedaran donde estaban. De esa manera la ciudad fue adornada con nueva basura que surgió gracias a los desfiles patrióticos. Nada ni nadie puede ahora limpiar esos desperdicios que se quedan ante los ojos de los unos y los otros.
Después de los festejos patrios, de las parrandas celebratorias de la pasada emancipación del poder castellano y del feriado largo, la ciudad ha quedado como viuda sucia. En vano se ha tratado de contratar los servicios de contingentes de gallinazos amaestrados para que acaben a picotazos con esos desperdicios. Los gallinazos, venidos de la capital con sus respectivos dueños, se negaron a comer a picotazos esa abundante basura. Luego de ello no se intentó nada y la basura oficialmente se instaló para siempre en Iquitos. En el presente, dicha ciudad parece tapizada por los desperdicios eternos. Haga sol o haga lluvia están siempre allí mismo, en el mismo lugar de siempre como una condena dictada por perversos dioses.