Por: Moisés Panduro Coral
De mi experiencia como gestor público tengo varias cosas aprendidas. Una de ellas, la más básica, es aquella que se resume en la frase harto conocida de “que no se puede hacer tortillas sino se rompen los huevos”. Éste es un proverbio antiguo pero eficaz y concluyente cuando se quiere hacer alusión al rompimiento de paradigmas, moldes mentales o mitos que cual cadenas de esclavitud inmovilizan a un territorio o a una sociedad y lo retienen en su atraso.
Romper paradigmas no es fácil, ciertamente. Una de las formas de lograrlo es diseñando proyectos de diferente naturaleza que se expresen en un cambio social perceptible, que generen la sensación de avance, pero más que eso, que se traduzcan en una liberación de las fuerzas impulsoras del progreso, en un desencadenamiento de los factores vitales del desarrollo que, muchas veces, se encuentran trabados debido a perniciosos prejuicios, mezquindades insensatas y a oscuras ignorancias.
Los prejuicios son los más difíciles de cambiar. El prejuicio es un juicio de valor negativo sobre un segmento social, una creencia religiosa, una cultura, una innovación o una propuesta de cambio. Cuando se arraigan en una sociedad, su remoción es una tarea virtualmente imposible porque van transmitiéndose y multiplicándose exponencialmente de generación en generación dentro del núcleo familiar, en el barrio, en los grupos sociales, en las prácticas organizacionales.
Por eso, la efectividad, o sea el resultado obtenido por los proyectos –cualquiera sea su índole o magnitud- luego de su implementación son de gran significancia, porque construyen confianza, y al haber confianza, se reduce la influencia de las fuerzas restrictivas del progreso y se liberan las fuerzas impulsoras que al enhebrarse entre sí adquieren mayor solidez, desencadenan procesos fluidos y convergentes, economía y transparencia en el manejo de recursos y un impacto cualitativamente favorable en la vida de las personas.
Un proyecto -concebido como un esfuerzo temporal en el que se utilizan recursos financieros, logísticos y humanos para crear, innovar o mejorar productos o servicios- como, por ejemplo, la creación de un servicio de transporte fluvial con subsidio temporal y controlado en la amazonía peruana, desencadenará sin duda procesos favorables para la prosperidad y bienestar de la población. En primer lugar, obligará al Estado a dar celeridad a la construcción de terminales fluviales de pasajeros en los puntos de salida, intermedios y de destino de la ruta fluvial, al mismo tiempo que apremiará a Pro Inversión a realizar la concesión de la hidrovía correspondiente, amén de la implementación de otras rutas.
En segundo lugar, se constituirá en un factor catalizador para la formalización del servicio. El que utilizamos masivamente es tan informal y de tan baja categoría que al compararse con el que representa la innovación demandará de sus prestadores la realización de acciones que, en un efecto desencadenante, llevará a los usuarios a requerir progresivas mejoras incrementales.
En tercer lugar, actuará como dinamizador de las inversiones. Al incrementarse las unidades, las rutas, los terminales, se incrementarán los servicios conexos que van desde aquellos relacionados con la producción, la transformación industrial, el turismo y el comercio, hasta los rubros de la logística para la construcción, la salud y la educación, las necesidades de capacitación, entre otras que el ser humano necesita para alcanzar su confort. Y, están los efectos actitudinales positivos, pues con la valoración del emprendimiento, de la confianza, de la laboriosidad ¿a quien se le ocurriría andarse con prejuicios, mezquindades o ignorancias?
¿Ya ven que es necesario quebrar los huevos para hacer tortillas?