Por Filiberto Cueva
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Mariana, desde hace 14 meses mi mejor amiga me ha comunicado anoche que en enero del próximo año viajará a Kenia para realizar un voluntario en asuntos medioambientales por cerca de un año. En cuanto me lo ha terminado de contar, necesité de un ¿Filiberto, me escuchas? Para saber que lo que realmente escuchaba era cierto, y cierto que realmente Marianna me estaba diciendo que pronto se iré.

Meses atrás una primo hermano me contaba lo maravilloso es conocer gente nueva. Pero al mismo tiempo, es una pena cuando te tienes que despedir de esas nuevas personas, con la esperanza de que algún día se vuelvan a ver.

Probablemente esto sea lo que ocurrirá con Marianna en los próximos meses. Nos despediremos, nos prometeremos volver a vernos. Yo la esperaré en Perú y ella en su pueblo natal al sur de Bari en Italia.

Sin embargo, mientras más crecemos, mientras más viejos nos hacemos, sabemos que una poca cantidad de promesas se llegan a cumplir. Por eso mismo, espero que la promesa que esta amiga y yo haremos sea realmente una promesa, estudiada y reflexionada, porque no es lo mismo enviar buenos deseos a todos, que promesas para todo y para todos.

Ella me va a prometer que nos volveremos a ver. Yo le prometeré que seguiremos siendo grandes amigos y que para cuando me case no olvidaré enviarle un parte de matrimonio. Le prometeré que no la voy a extrañar, como seguro ella misma me lo prometerá.

Sin embargo, ambos sabemos que va a ser difícil volvernos a ver, y que a este paso, el matrimonio lo tengo cada vez más lejos. De hecho, es más fácil que me saque la lotería que comprometerme con alguien en matrimonio ¿Por qué? Porque así es la vida, y – parece ser – que no todos nacemos para lo mismo.

El ser humano a lo largo de su vida, toma decisiones, hace promesas. Se vuelve el resultado de las decisiones que toma, y las promesas que hace. Por supuesto, del resultado de sus decisiones y el cumplimiento o fracaso de sus promesas.

Marianna le ha prometido a una Fundación en Kenia que trabajará durante un año con los niños de una comunidad en temas de medio ambiente y reciclaje. Las familias de esos niños le prometerán a esa comunidad, que sus hijos asistirán a todas las actividades que la Fundación organice. Dicha Fundación les ha prometido a sus cooperantes que cada dólar que ha recibido, será bien invertido a beneficio del planeta.

Que finalmente, de eso se trata, del planeta. Porque el planeta somos todos. No puedo pretender estar siempre a lado de Marianna, como los padres de los niños de Kenía pretender que sus hijos no salgan de casa. Cuando al final, todas las decisiones  y promesas personales, revierten en el planeta. Revierten en los demás. Revierten en nosotros.