Estos días en los medios de comunicación hay noticias de maltratos y muertes a mujeres de parte de hombres en diferentes partes del mundo. Antes estas muertes o maltratos de personas no se decía, se ocultaba, hoy se hacen más visibles. Y se pueden visibilizar gracias a la lucha de mujeres, ellas han sido las protagonistas y los hombres pocos hemos hecho. Y estas quejas deben seguir siendo visibles. A igual que el maltrato a menores de parte de sus tutores deportivos o escolares. Los testimonios de estas chicas y chicos son execrables, sobre todo aprovechando la posición de poder de parte de los adultos hacia los menores – es de un daño emocional, muchas veces, irreparable. Eso no puede seguir ocurriendo. Son crímenes y vejaciones con los que convivimos todos estos días. Son parte de la barbarie cotidiana con la que tenemos que luchar. Hace un tiempo leía en los diarios que un septuagenario, aparentemente apacible, que convivía con su esposa luego de una discusión conyugal, este señor que bordeaba los ochenta años cogió un cuchillo de la cocina y, en plena discusión, mató a su mujer a cuchillazos. En muertes como estas y otras de la misma violencia, te quedas por un momento mudo y balbuceas, ¿qué pudo pasar? Es la primera pregunta que se te cruza por la cabeza. Una pareja de más de cuarenta años de vida en común que uno de ellos coja un arma, en este caso un cuchillo, y la asesine, te quedas sin habla. ¿Fue algo premeditado?, ¿eran viejas heridas sin discutirlas y la saldó de la peor de las maneras? si la pareja tuvo hijas o hijos ¿las hijas y los hijos imaginaban el infierno que vivían sus padres?, ¿la mujer fallecida sabía que dormía con un asesino? Cada día los hombres damos miedo.

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