Está probado que una campaña electoral por lo menos dura ocho años. Ningún candidato regional o municipal  llega con menos de esa cantidad de años en permanente exposición. La mayoría con segunda o tercera elección y muy pocos en primera presentación. Si esto último se da normalmente es porque ese candidato ha  realizado una campaña abierta sin decir literalmente su postulación que al final es lo mismo. 

Y lo hacen con mayorías simples y casi en segunda vuelta. 13 regiones irán nuevamente irán a elección y en estos casos se habla de elegir a un mal menor. Esa percepción real genera una ilegitimidad en las regiones.  Incluso un ganador con un 50% en primera vuelta podría interpretar que hay otra mitad que no lo quiere por lo que su victoria es débil. Si lo hace sólo con el 40% o 30% que se requiere legalmente, entonces debiera consensuar, un imposible en estas mentalidades caudillistas que sobrevive en los ganadores, sobre todo los regionales donde además hay un hábito revanchista.

Pero esa ilegitimidad se lo entregan sus propios seguidores. Las expectativas no van a ser colmadas y en menos de tres o seis meses, en el mejor de los casos, su aprobación seguramente caerá a un reducido y promedio del 15%. Porque además, consensuar implica burocratizar ciertas decisiones y “pactar” con el enemigo anterior, cosa que es visto como una traición que desanima al votante y genera el malestar agudizando esa debilidad en la gestión. Pero ya están en el poder y éste relaja, obnubila, emborracha y recrea otra realidad.

Esa presunta realidad es la que entrega la legalidad y la proclamación de la elección. El 30% necesario que se requiere para ser presidente regional. Los ocho años de campaña empoderan a la novata autoridad. Cree que ha hecho todos los esfuerzos y gastos necesarios para quedarse en el poder a como dé lugar. Una especie de “elegido” y la ilegitimidad se generaliza y cuestiona el sistema a tal punto de generar el caldo de cultivo perfecto para otro “iluminado”. Tener clara la definición que constituyen el mal menor debería ser el ADN de su actuación.

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