La semana que pasó se hizo una feria y un taller sobre la trata de personas y la hemos dado la importancia de siempre: como no hay casos concretos creemos que la trata no es digna de tratarla en los medios. No hemos tomado conciencia que ese delito es el tercero en el mundo -solo después del tráfico de drogas y de armas- y que la región Loreto es la segunda -solo después de Lima- en este tipo de ilegalidades.
¿Qué tendría que suceder en Saramuro para que el Estado mire con mayor atención el problema nativo? No es difícil responder: un muerto. Lamentablemente en nuestro país la atención de gobernantes y gobernados se mide por la cantidad de muertos. Sucede con las cuestiones estatales y con las privadas.
Tuvo que morir un joven de 17 años para que todos se pongan las pilas y se envíe a prisión a otro joven que había metido cuchillo a toda una familia. Si la muerte no llegaba a ese joven la “indignación” estaría embalsada. El caso del señor Carlos Salazar Kanaffu baleando a un indefenso motocarrista en pleno centro de la ciudad de Iquitos, luego dándose de indigente y sin tener autorización para portar armas hubiera tenido otro desenlace para él si el padre de cinco hijos moría en el quirófano. Como esa desgracia, felizmente para agresor y agredido, no se produjo entonces la “indignación” bajó de decibeles en todos los estamentos del Estado y fuera de ello. Si un balón de gas explotara en la embarcación “Productiva II” que transporta irregularmente gas a través del Gorelor con favoritismo hacia un determinado sector privado y se muriera por lo menos un tripulante al instante otras instituciones pusieran el grito en el cielo y la “indignación” creciera mediáticamente. La semana que pasó se hizo una feria y un taller sobre la trata de personas y la hemos dado la importancia de siempre: como no hay casos concretos creemos que la trata no es digna de tratarla en los medios. No hemos tomado conciencia que ese delito es el tercero en el mundo -solo después del tráfico de drogas y de armas- y que la región Loreto es la segunda -solo después de Lima- en este tipo de ilegalidades. Y así podemos continuar con una relación interminable de hechos que se esfuman solo porque la muerte apareció o no.
Pero hay muertes que no necesitan ataúdes. Que no requieren santosolios. Que no requieren siquiera el tratamiento mediático que conlleva al escándalo. Y esas son las que más duelen o, mejor dicho, más dolor causan. Porque nos sancionan como sociedad. Y nos llevan a mantenernos en el subdesarrollo y convivir con situaciones que otras sociedades ya extirparon. Y, lo más jodido de todo, es que ni del Estado y ni desde la llamada sociedad civil emprendemos campañas constantes. Pero, ojo, eso no quiere decir que dejemos de dar la batalla. Al contrario, que sea un incentivo.