Por: Moisés Panduro Coral
Mientras hacía cola en una agencia bancaria, me encontré con un amigo ex funcionario de una entidad departamental en la década de los ochenta. Éste, un correcto profesional, planificador de buena fama vestido siempre con una dinosáurica guayabera blanca, fanático de la salsa de Héctor Lavoe y Oscar De León, lleva ahora el cabello raleado totalmente plateado, está más flaco que antes, es abuelo ya de muchos nietos a los que lleva a la escuela y enseña matemáticas, y es además, para ejemplo de muchos, un pensionista de pocos soles pero de una millonaria honestidad.
La extensa y tediosa cola propició la oportunidad para entablar con él una charla franca y amena. Inevitablemente llegamos a la política y pasamos revista a quienes han gobernado, gobiernan y gobernarán nuestra región. “No hay mucho trigo por salvar en este inmenso pajar que ha sido la política regional”, me dice; y prosigue: “por eso coincido contigo cuando en las entrevistas y conferencias que tienes afirmas que fue a partir del golpe fujimontesinista que la política cayó al suelo, y más tarde, se fue hundiendo en el subsuelo, en los avernos del individualismo, la deshonestidad y el lucramiento ilícito, desembozado y desvergonzado a costa de los fondos públicos”.
¿Tanto cuesta ser honesto?, ¿tanto cuesta no caer en la tentación de meter las manos y las uñas en la plata cuyo manejo confía el pueblo a la autoridad elegida y a quienes éste designa para acompañarlo?, ¿tanto cuesta rebelarse contra el status quo dominante y atenazante de una sociedad que ha convalidado transfuguismos vergonzantes, vendimias sorprendentes, mercenarismos religiosos, prensas impostoras, financiamientos oscuros, rapaces renegados de causas nobles, y hasta negociantes -algunos ingenuos, otros presumidos, y los más, asegurados- que confían su éxito empresarial en el monto que han puesto en la campaña de candidatos ganadores y no en la calidad y el costo razonable de las obras que ejecutan, de los bienes que ofertan y de los servicios que prestan?.
Ambos nos respondemos: sí, la honestidad cuesta, y cuesta muchísimo. Cuesta ingratitudes de todos los sabores, personas que antes considerabas amigos o se te acercaron por un favor o un servicio, después se distancian porque no accedistes a ese favor o a ese servicio por considerarlo improcedente, subrepticio o censurable. Cuesta falencias económicas cíclicas ya sea porque las puertas se te cierran en todas partes o porque por un tema de principios no puedes aceptar un cargo público o privado aunque lo necesites desesperadamente, o porque eres vetado por resultar “peligroso” para los intereses y conveniencias del dueño mayor del circo, o porque temes incomodar con tu proceder a las relaciones de poder que necesariamente debe desarrollar la persona que sabiendo quien eres ha tenido la gentileza de ofrecerte un puesto de trabajo.
La honestidad cuesta porque pierdes amigos por cuestionar opciones políticas o gestiones de gobierno que sabes que se mueven y surgen de las penumbras y las galimatías electorales, no puedes callarte o te malinterpretan y en consecuencia te borran de su lista. Cuesta incomprensiones porque no faltará un mal pariente o un cercano tuyo que en voz baja te diga qué has hecho que no has aprovechado tus años como funcionario público para birlarte algo de los varios millones que has manejado y comprarte una casa con piscina, una camioneta 4×4, un canal o una radio, o ir de viaje por el mundo. Cuesta silenciamiento de medios, micrófonos que se cierran, pantallas que se apagan, con las honrosísimas salvedades de amigos excepcionalmente demócratas.
La honestidad -aunque usted no lo crea- cuesta también estigmas de una sociedad hipócrita que tilda de exitoso al político que llega a las cumbres apalancado por el dinero mal habido que reparte en campaña, pero tilda de tonto y misio al político que busca llegar al poder para servir al pueblo y poner en práctica lo que aprendió de biografías gigantes en honestidad aunque ninguneadas en la historia. “Cuesta mucho, sí”, me dice mi amigo, pero hay que seguir, de frente, con actitud de hombre, la cerviz en alto.
«Una manga de rateros se levantan el gobierno»
Mauricio Mulder – Aprista
Es repugnante y provoca vómitos, ver a los apristas y fujimoristas convertidos en los defensores de la honstidad, guardianes de la moral. Que buen chiste.
Ahora son los think tanks de la pulcridad, de la decencia. Otra vez, que buen chiste.
A este señor hay que darle una buena racion de memorex combinado con ayahuasca, verbena, paico y ojé para traerlo a la realidad.
Para los apristas, la honestidad es un concepto inexistente…
Extraordinario articulo,en sociedades mas justas todos deberíamos ser como el señor de la honestidad dinosaurica.
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